Seeking the Face of the Lord
La historia inspiradora de la vocación de un prisionero en la Segunda Guerra Mundial
E sta semana, con el permiso del obispo Peter Sartain de Little Rock, Arkansas, he tomado prestado en todos sus detalles, uno de sus relatos más extraordinarios sobre la historia de una vocación.
Karl Frederick Wilhelm Maria Leisner, prisionero 22356, murió a la edad de 30 años el 12 de agosto de 1945, escasamente tres meses después de su liberación del campo de concentración Dachau. Estuvo en prisión por cinco años y medio.
Karl había nacido en Rees, Alemania y era el mayor de cinco hermanos. Era listo, intrépido, atlético y rebosaba fe –un líder natural. Sus años de adolescencia transcurrieron dirigiendo plegarias, en peregrinajes y campamentos. Su obispo lo entusiasmó para que sirviera como director juvenil diocesano.
Sintiendo el llamado al sacerdocio, entró al seminario. Su formación como seminarista se vio interrumpida por un servicio obligatorio en un campo de trabajo, el cual implicaba trabajo muy pesado en tenebrosos pantanos. A pesar de la oposición Nazi, organizaba viajes para que los trabajadores católicos pudiesen asistir a misa los domingos.
Fiel a todo cuanto emprendía, Leisner realizó una intensa búsqueda espiritual dentro de sí mismo antes de hacer la petición para su ordenación al diaconato. Le preocupaba particularmente si había sido llamado al matrimonio o al sacerdocio, habiéndose enamorado de una joven cuya familia conocía bien. Ella finalmente le animó a buscar la ordenación como diácono.
Seis meses después de su ordenamiento, a Leisner se le diagnosticó tuberculosis, probablemente contraída en el ambiente frío y húmedo de los pantanos. Fue enviado a un sanatorio local. Después de saber de un fallido atentado contra la vida de Hitler, hizo un comentario entre un grupo de pacientes, el cual fue reportado a la policía local como anti-Hitler. Lo llevaron del sanatorio directamente a la cárcel y ese fue el comienzo de cinco años y medio en poder de los nazis.
Joven pero frágil, Leisner pronto se convirtió en el preferido entre los prisioneros en Dachau. Aunque enfermo, siempre estaba alegre y daba ánimo a sus compañeros internos. Se las arreglaba para obtener alimentos para los más hambrientos y los enfermos; y compartía las exiguas raciones que le tocaban.
Leisner vivió como diácono en Dachau y todo cuanto hizo fue en el nombre de Cristo. Había sido encarcelado pocos meses antes de su ordenación al sacerdocio y los prisioneros compartían la improbable esperanza de que él pudiera ser ordenado sacerdote, aunque fuese en el campo. Lo improbable se hizo posible cuando un obispo francés fue sentenciado a Dachau por su colaboración con la Resistencia.
Los documentos eclesiásticos necesarios fueron recibidos y enviados clandestinamente. Corriendo un enorme riesgo personal, una mujer de 20 años que vivía en un convento local se convirtió en mensajera encubierta, utilizando el nombre de “Madi” como pseudónimo. A principios de diciembre de 1944, Leisner recibió una carta de una de sus hermanas, en cuyo texto estaban escritas estas palabras, en letra de otra persona: “Autorizo las ceremonias solicitadas siempre y cuando sean realizadas en forma legítima y que haya una constancia definitiva.” A continuación de las palabras aparecía la firma del obispo de Leisner.
Muchos prisioneros participaron subrepticiamente en un plan para preparar la ordenación. Se adaptaron las vestiduras para el obispo y para Leisner; un comunista ruso también fabricó a mano un anillo de obispo y el báculo pastoral fue tallado por un monje benedictino. En la empuñadura del báculo se escribieron las palabras “Triunfante en Cadenas”.
Todavía débil por causa de la tuberculosis y con el rostro rojo por la fiebre, Leisner fue secretamente ordenado como sacerdote en Dachau el 17 de diciembre de 1944. Celebró secretamente su primera misa el 26 de diciembre, por cierto, la única que celebraría.
Cuando los aliados liberaron Dachau el 29 de abril de 1945, el sacerdote gravemente enfermo fue llevado a un hospital donde murió el 12 de agosto en presencia de su familia. La mayor parte de su vida había mantenido un diario, y lo último que escribió el 25 de julio, fueron las mismas palabras de San Esteban: “Bendice también a mis enemigos, Oh Señor. ‘Señor, no los castigues por sus pecados.’ ”
El Papa Juan Pablo II beatificó a Karl Leisner en 1996 en el Estadio Olímpico de Berlín, construido por Hitler para los juegos de 1936. Sosteniendo el báculo que se usó en la ordenación del Beato Karl, el papa dijo, “Karl Leisner nos anima a permanecer en el camino que es Cristo. No debemos desanimarnos, aún cuando algunas veces este camino parezca oscuro y nos exija sacrificios. Tengamos cuidado con los falsos profetas que quieran enseñarnos otros caminos. Cristo es el camino que nos conduce a la vida. Todos los demás caminos son desvíos o caminos errados.
En la beatificación del Beato Karl estuvieron presentes el hermano de Karl y su familia, antiguos internos de Dachau y una anciana, la Hermana Josefa Imma Mack, quien una vez fue conocida como “Madi”. Cincuenta y dos años antes ella arriesgó su vida para que un joven, a quien nunca conoció, pudiese ser ordenado sacerdote en secreto.
Que el Beato Karl sea patrono especial de las vocaciones sacerdotales. Que la monja a quien una vez se le conoció como “Madi” sirva de inspiración para jóvenes mujeres valerosas que busquen la vida consagrada. †