Seeking the Face of the Lord
Crece la reputación del padre Simon Bruté como pastor
Hasta convertirse en obispo de Vincennes, el padre Simon Bruté pasó la mayor parte de su vida sacerdotal en el seminario y universidad Mount St. Mary en Emmitsburg, MD, que abrió sus puertas como un seminario menor en 1808, gracias al padre Jean Dubois.
Este fue el comienzo de lo que se llamaría “la montaña” o “el monte”. El padre Dubois vislumbraba el pequeño seminario de Mt. St. Mary como un “ramal” del seminario mayor de St. Mary en Baltimore. La Sociedad de San Sulpicio auspició “la montaña” hasta que finalmente convertirse en un seminario principal y universidad independiente.
El padre Dubois, quien fuera el obispo de Nueva York más reciente, se convirtió en patrón de Elizabeth Ann Seton y sus Hermanas de la Caridad, una comunidad incipiente, seguidora del carisma de las Hijas Francesas de la Caridad, fundada por San Vicente de Paul. Cuando las Hermanas de la Caridad se mudaron a Baltimore, su primera morada en Emmitsburg fue la cabaña de leña que perteneció al padre Dubois. Los seminaristas menores colaboraron en la instalación de las hermanas.
En el otoño de 1812 se asignó al padre Bruté al seminario de Mount St. Mary. Él y Elizabeth Ann Seton se conocieron y casi inmediatamente sintieron una afinidad espiritual que se desarrollaría hasta llegar a convertirse en una conocida relación espiritual.
Ella le enseñó inglés a Simon, mientras él continuaba luchando con el idioma. Él, a cambio, se convirtió en el director espiritual de la futura Santa Elizabeth Ann Seton y el capellán de su comunidad de hermanas. En su lecho de muerte, la Madre Seton le legó su Biblia con notas marginales a Simon. Él la utilizó para enseñar las Escrituras a los seminaristas. La Biblia se encuentra hoy en día en la vieja Catedral de Vincennes.
El padre Bruté se convirtió en una presencia reverenciada en “la montaña”. Era un maestro eficiente de las ciencias sagradas para los seminaristas. Debido a las circunstancias y a la cultura en desarrollo en América, tenía la profunda convicción de que era necesaria una sólida formación filosófica y teológica para los futuros sacerdotes. Se le consideraba un sacerdote ejemplar, reconocido por su santidad y por su dedicación pastoral, así como también por su experiencia teológica. Su austeridad se consideraba edificante y, en ocasiones, excéntrica.
Además de tener un horario de clases completo, era muy solicitado para escuchar confesiones y para llevar la Eucaristía a aquellos que se encontraban confinados en sus hogares y a los ancianos, en Emmitsburg y sus alrededores, y generalmente se desplazaba a pie. “Qué maravilloso es el día de un sacerdote”, resaltaba. Era un contribuidor frecuente para los periódicos católicos incipientes de la costa este.
En 1815 Simon regresó a Francia para visitar a su anciana madre. Estaba desfalleciendo pero se encontraba bajo los buenos cuidados de su hermano, Augustine, quien tenía un consultorio médico exitoso en Rennes. Su madre murió en 1823. Simon no pudo estar en su lecho de muerte, pero regresó a Rennes en 1824 para ayudar a arreglar los asuntos relativos a sus propiedades.
La señora Bruté había tenido una profunda y decisiva influencia en el desarrollo religioso y espiritual de su hijo sacerdote. Nunca quiso que él se dedicara al sacerdocio, pero finalmente se resignó a aceptar la voluntad de Dios y lo apoyó a través de sus cartas y sus oraciones.
El viaje de Simon a Francia tenía también otras dos finalidades. Fue para llevarse sus queridos libros, los cuales llegarían a ser considerados como la biblioteca personal más prestigiosa de Estados Unidos. Los necesitaba para poder enseñar y también como una fuente de consulta teológica respetable.
También fue a Francia para abogar por la universidad de Mount St. Mary en Emmitsburg ante el superior general de los sulpicianos. A su regreso a Estados Unidos, el padre Bruté descubrió su nombramiento como presidente de la universidad de St. Mary en Baltimore, un cargo que conservó de 1815 a 1818. Durante este período sus cartas a la Madre Seton carecían del espíritu alegre que las caracterizaban. Se sentía solo. Tenía algunos amigos en Baltimore, pero desde nuestra perspectiva histórica, visitaría al Dr. Ferdinand E. Chatard, el padre de un futuro obispo de Vincennes.
Aparentemente el padre Bruté se convirtió en presidente de la universidad de St. Mary gracias a su reputación de ser una persona culta, no debido a sus capacidades administrativas. Según se cuenta, John Quince Adams dijo en una ocasión que Simon Bruté era el hombre más culto de Estados Unidos. Se le conocía por sus “destellos de brillante perspicacia”.
Cuando los obispos de Estados Unidos empezaron a celebrar concejos provinciales, el padre Bruté fue un defensor enérgico de la unidad de la enseñanza y las prácticas católicas. Le preocupaba la integridad de la fe en la Iglesia novicia de Estados Unidos. No es de sorprender que durante los Concejos de Baltimore, fungiera como consultor teológico principal.
Nuestro primer Obispo fue un respetado teólogo y maestro, un confesor presto para aquellos que buscaban la misericordia de Dios, un pastor para los pobres confinados a sus hogares y un compañero espiritual para la fundadora religiosa quien se convertiría en una santa canonizada. Por todo esto, su madre ha de haber muerto orgullosa de un hijo que vivió tal y como ella le había enseñado.
La próxima semana: El padre Simon Bruté lleva la vida de un celoso misionario en el Nuevo Mundo. †