Seeking the Face of the Lord
La festividad de la Inmaculada Concepción nos
anima a decirle sí a Dios
La festividad de la Inmaculada Concepción de la Santa Virgen María, el día 8 de diciembre, resalta como una joya en el contexto del Adviento. Bajo este título, veneramos a María como la patrona nacional de Estados Unidos y es un día santo de devoción obligatoria. Sin embargo, a decir verdad, muchas personas malentienden este misterio mariano.
¿Cuál es el significado de esta festividad? No nombra la concepción virginal de Cristo por el poder del Espíritu Santo. Esta festividad del Adviento celebra nuestra creencia de que una mujer llamada María, como ningún otro ser humano, había sido eximida de nuestro pecado humano desde el momento de su propia concepción debido a su singular unión con Dios como la madre de Jesucristo. En pocas palabras, María nació sin rastros del pecado original gracias a su cercanía con Dios.
Tal y como nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: “Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo” (#487).
Como la madre de Jesucristo, la sierva María se convirtió en el único ser humano física e íntimamente unido a Dios. En efecto, ella se convirtió en la Madre de Dios. Como Madre de Dios, la mujer de Nazaret es el único ser humano física e íntimamente involucrado en la salvación de la familia humana. El papel de María es fundamental, de hecho, el único papel humano en el misterio de nuestra salvación. Ella representa a toda la humanidad por todos los tiempos en el acto que conllevó a nuestra salvación del pecado y de la muerte.
Y por lo tanto, la festividad de la Inmaculada Concepción celebra la relación única de María con Dios en la salvación de todo el mundo. Debido a su extraordinaria cercanía, en realidad su unión, como Madre de Jesucristo, decimos que ella estaba libre de pecado desde el momento en que fue concebida como persona humana. Sin embargo, cuando celebramos el misterio de la Inmaculada Concepción, no celebramos una abstracción o una cercanía teórica de la cual disfrutó la Mujer de Galilea con Dios. En realidad, celebramos la hermosa cercanía de una madre y su hijo.
María tuvo el privilegio de recibir una gracia extraordinaria, pero ella cooperó con dicha gracia. Hacemos bien en reconocer que nuestra salvación humana gira en torno a un momento particular en su vida. En ejercicio de su libertad humana, María le dijo sí a Dios. Le dijo: “Hágase en mí según tu Palabra”, cuando el Ángel Gabriel le anunció el plan de Dios para ella. Con su plena libertad humana, al igual que nosotros, María pudo haber dicho no. A diferencia de nuestros primeros padres, Adán y Eva, María eligió obedecer la voluntad de Dios. Nuestro destino reposaba en su libre albedrío.
Gracias a su creencia de que en Dios todo es posible, María pudo decir un sí obediente a su invitación a representar toda la humanidad en la historia de la salvación. Esta festividad de la Inmaculada Concepción es también un testimonio impactante de la fuerza purificadora de la voluntad de Dios en nuestra vida de fe. El ejemplo de María nos motiva a buscar la voluntad de Dios con una fe certera.
Cuando celebramos las fiestas patronales de nuestro país, celebramos a la mujer que honró a toda nuestra familia humana representándonos en el misterio de la redención, lograda por el Hijo de Dios. Al honrar a María también nos honramos a nosotros mismos. Ella es una de nosotros. Al final, celebramos el maravilloso misterio de la gracia de Dios presente en nuestra familia humana. Estamos orgullosos de María, que es nuestra madre y también nuestra patrona.
Celebramos a María quien, ante la solicitud de Dios que suponía un desafío en su misión humana, dijo un sí obediente y humilde. Celebramos el valor y la fe de una mujer quien seguramente estaba entregada a la oración en su corazón. Honramos su conciencia de fe y rezamos para obtener la misma gracia.
Y es por ello que la festividad de la Inmaculada Concepción es ciertamente un día santo de guardar. Le debemos un agradecimiento incalculable tanto a la madre como a su divino hijo, porque después de todo, nuestra salvación lo es todo.
Resulta apropiado que, por medio de la intercesión de María, pidamos por que el milagro de la gracia de Dios nos fortalezca para ser hombres y mujeres valientes en la fe, para decirle sí a la carga que Dios nos pide que llevemos mientras nuestra salvación continúa revelándose. Nuestro papel en la historia de la salvación no será tan increíble como el de la Madre de Dios, pero en nuestras vocaciones respectivas somos también instrumentos de la gracia de Dios.
Continuemos diciendo con agradecimiento: “Bendita seas entre todas las mujeres. Ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte.” †