Buscando la
Cara del Señor
La educación católica es parte integral de la misión de nuestra Iglesia
Mi educación elemental comenzó en la escuela Boeckelman, una escuela de condado de un solo salón hasta octavo grado, en las afueras de Jasper, Indiana. El maestro era el hermano de mi mamá, el tío Adam Blessinger.
Recuerdo que había un “banco para recitar” donde los estudiantes se turnaban por grado para tomar la lección del día. El resto de los estudiantes se mantenía ocupado realizando asignaciones o, según recuerdo, practicando caligrafía en una pizarra en un costado del salón.
Para aquellos de nosotros que asistíamos a escuelas de condado, la educación religiosa se impartía los sábados en la mañana en la escuela San José. Las Hermanas de la Providencia eran nuestras catequistas. La hermana Dorothy Louise me preparó para la Primera Comunión.
En algún momento antes de tercer grado el pastor de la parroquia San José, el Rev. Leonard Wersing, le sugirió a mis padres que quizás sería oportuno transferirnos a mi hermano y a mí a la escuela San José. A partir de ese momento la educación elemental me fue impartida por las Hermanas de la Providencia.
Del tercer grado en adelante me familiaricé con la Madre Theodore Guérin, fundadora de las Hermanas de la Providencia. Me sentí orgulloso al descubrir que la escuela San José de Jasper fue la primera de muchas escuelas elementales fundadas por Santa Teodora.
Estoy en deuda con las Hermanas de la Providencia por la educación que me proporcionaron. Se me preparó muy bien para las oportunidades educativas subsiguientes en preparación para el sacerdocio. También me doy cuenta de que mi tío Adam me preparó bien durante los primeros grados. No tuve problemas al transferirme a la escuela San José. Tanto en la escuela del condado como en la escuela San José me instruyeron muy bien.
Al remembrar la transferencia, recuerdo que me sentía un poco intimidado por el tamaño del cuerpo estudiantil de San José. Se me hacía más evidente durante el receso de la mañana y durante el almuerzo cuando todos estábamos en el patio.
Conservo un recuerdo vivo de dos de mis compañeros tomándome de la mano y asegurándose de que se me incluyera en los juegos y actividades recreativas. Haciendo retrospectiva, sospecho que la Hermana Ann Denise les pidió que cuidaran al chico nuevo. De cualquier modo, recuerdo mi gratitud y alivio. No pasó mucho para que me sintiera como en casa.
Recuerdo un incidente gracioso en tercer grado. Me eligieron como vicepresidente de la clase. Esa tarde le conté a mi mamá que me habían elegido como vice prudente. Ella me explicó cuál era la realidad.
Asistíamos diariamente a misa en la increíble iglesia San José. Las hermanas supervisaban muy de cerca nuestro comportamiento. Una vez más, haciendo retrospectiva puedo ver que se nos preparaba muy bien para la Eucaristía y de manera acorde con nuestra edad.
Mi primera invitación personal a considerar la vocación al sacerdocio provino de mi maestra de cuarto grado, la hermana Marie Annette. En aquel momento no me sentí muy interesado, pero su invitación permaneció en mi mente.
Realizo esta reflexión sobre mis primeros años de educación a fin de ilustrar mi punto mientras celebramos la Semana de las Escuelas Católicas de 2007. Aunque mi educación elemental se remonta a unos 50 años atrás, la mayoría de los valores que saqué de esos primeros años de formación se encuentran vivos y activos en nuestras escuelas aun hoy en día.
Ciertamente el mundo es radicalmente distinto. Nuestra cultura seglar con su preocupación por los valores materiales es demasiado desafiante desde todos los ángulos. No solamente los valores espirituales y morales son cada vez más contrarios a la cultura, sino que también se ve comprometido el prospecto de una educación académica sólida.
Tanto las escuelas públicas como las privadas manejan cuerpos estudiantiles que tienen necesidades personales, sociales y psicológicas que afectan el proceso de aprendizaje. Siempre ha existido el elemento de la presión de los compañeros en nuestras escuelas, pero el comportamiento cultural materialista y permisivo actual se ha vuelto más predominante e influyente.
Todos nuestros maestros y directores educativos merecen nuestro respeto y apoyo por los retos que suponen la educación elemental y secundaria en nuestros días. Sólo tenemos que fijarnos en la información académica que tenemos a disposición para darnos cuenta de que nuestros maestros de las escuelas católicas están realizando una excelente labor por nuestros niños. Debemos sentirnos verdaderamente agradecidos.
Asimismo quisiera aprovechar esta oportunidad para expresar mi agradecimiento a los múltiples benefactores que asisten a nuestras escuelas católicas con su tiempo, su talento y sus tesoros. Mantener nuestras escuelas y hacerlo con calidad es una ardua tarea. Y es costosa. No se le debe restar importancia a este aspecto.
Y debemos tener en cuenta el hecho de que la educación católica es una parte integral de la misión de nuestra Iglesia. Espero y rezo por que llegue el día en que podamos proporcionar aun más oportunidades para que muchos más de nuestros niños puedan beneficiarse de nuestros esfuerzos.
Para muchos de nosotros las escuelas católicas no son opcionales. Dependemos de los programas de formación de fe católica para proporcionar la parte religiosa específica de nuestra misión educativa. A los catequistas, religiosos y directores estudiantiles, les debemos nuestro agradecimiento. †