Buscando la
Cara del Señor
La gracia de las prácticas de la Cuaresma nos puede llevar a entregarnos a Dios
Resulta difícil creer que el Miércoles de Ceniza y la Cuaresma estén ya tocando a nuestra puerta.
Es momento de comenzar a pensar sobre cómo podríamos abrir nuestros corazones a las gracias especiales durante esos 40 días.
Quizás debamos comenzar con una meditación sobre el significado del Miércoles de Ceniza. Siempre me motiva la cantidad de personas que se sienten instintivamente atraídas a ese día bastante austero del calendario.
Podríamos decir que toda la liturgia del Miércoles de Ceniza se centra en un solo tema: Recordar quiénes somos.
Y esa admonición sugiere algunas preguntas. ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde quiero ir? ¿Para quién vivo? ¿Para qué vivo? ¿Está Dios en mis planes? ¿Acaso algún otro ídolo, algún otro dios ocupa y guía mi corazón?
Quizás en aras de la sinceridad, la Iglesia nos confronta con las ásperas cenizas para ayudarnos a recordar que, al final, nuestros cuerpos y mucho de lo que hacemos en vida se tornará en eso: cenizas. Especialmente de jóvenes somos un poco más incrédulos, poco impresionables por este recordatorio y sin embargo no podemos obviar la verdad de las cenizas. La liturgia nos recuerda que somos polvo y en polvo nos convertiremos.
Hay otro significado que le podemos atribuir al uso de las cenizas. Comienza con su origen: Las cenizas que se utilizan para marcarnos se forman a partir de la quema de las palmas que quedaron del último Domingo de Ramos. Esas palmas simbolizan la gloria vana otorgada a nuestro Señor Jesucristo a su entrada a Jerusalén, cuando tan solo unos días después se le crucificaría en las afueras de la ciudad.
Pero no nos detengamos allí. La marca simbólica de las cenizas es un recordatorio oportuno de que existe mucho más que esta vida y la próxima de lo que podemos imaginar. Únicamente si estamos viviendo para nosotros mismos, para el “yo primero” es que todo se vuelve cenizas.
Alguien dijo una vez que la concentración en sí mismo es un instinto animal. La integridad de nuestra humanidad se desarrolla en la aventura de la propia entrega, no en la concentración en el ser. Jesús nos reta a vivir, es decir, a entregarnos a otros.
Una y otra vez las enseñanzas de Cristo en el Evangelio nos recuerdan que hay mucho más que podemos ser y hacer. La búsqueda del propio ser se convierte en cenizas. La vida de amor de Cristo nos conduce a la libertad y a la paz, tanto ahora como en el reino en el que toda lágrima será enjugada.
Pero ¿quién no peca? ¿Quién no fracasa ante el reto de ver más allá de la voluntad propia y la preocupación en el propio ser? Por ello, en la época sagrada de la Cuaresma se nos llama a arrepentirnos de nuestros pecados, a hacer penitencia y reconciliarnos. Se nos llama una vez más a la conversión de corazón y el retorno al Evangelio.
Basándose en la sabiduría antigua, la Iglesia nos llama a hacer algo especial para ayudar a alejarnos del pecado y volver a la vida según el Evangelio. La oración, el ayuno y la limosna son la vía para la purificación.
Los invito a todos a que recemos un poco más, a hacer un poco de ayuno voluntario y a hacer algunas buenas obras adicionales. Los invito a que ofrezcamos nuestras buenas acciones de la Cuaresma por las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada en nuestra arquidiócesis.
También les recomiendo otra práctica especial. Para mí tiene mucho significado ofrecer la oración diaria, el ayuno y las buenas obras como un obsequio tácito a una persona en particular en ese día. Me da la impresión que es una forma creativa de practicar la Cuaresma.
La paciencia del tiempo dedicado a la oración, el padecimiento del ayuno y la complicación de realizar buenas obras adicionales también podrían ayudarnos a volvernos más compasivos con los pobres, los oprimidos y aquellos que sufren un gran dolor sin tener opción. La penitencia de la Cuaresma nos puede llevar a acompañar en el sufrimiento a nuestros hermanos y hermanas.
Y lo que es más importante: la oración y el ayuno pueden llevarnos a sentir hambre por el Pan de la Vida. Estos 40 días nos brindan una oportunidad para asistir a misa con mayor frecuencia. Les garantizo que una media hora o una hora completa de vez en cuando delante del Santo Sacramento traerá provechosas bendiciones.
Muy especialmente los invito a que recemos con una pregunta central y simple: ¿Acaso tomo seriamente a Dios en mi vida? ¿Verdaderamente creo que Dios marca una diferencia en mi vida? ¿Es esto evidente en mi vida?
Las cenizas no son mágicas. Son un recordatorio de lo que cuenta en la vida y en la muerte. En ese sentido pueden ayudar a conducirnos a Dios. La gracia de las prácticas de la Cuaresma nos puede llevar a entregarnos a Dios: la clave para la paz interior y la libertad.
Recemos por esa gracia. Por medio de nuestra oración, del ayuno y de las buenas obras, abramos nuestros corazones para recibir la gracia de la entrega. †