Buscando la
Cara del Señor
La adoración Eucarística y la devoción nos ayudan a vivir nuestra fe
(Décimo primero de la serie)
La exhortación apostólica “Sacramentum Caritatis” (“El sacramento de la caridad”), escrita por el Papa Benedicto XVI como un compendio de las deliberaciones del Sínodo Internacional de los Obispos de 2005 sobre la Eucaristía, incluye una sección extensa sobre la participación interior en esta celebración.
Como consecuencia, también ofrece comentarios detallados sobre las prácticas de la devoción y adoración eucarística.
El Santo Padre escribe: “La gran tradición litúrgica de la Iglesia nos enseña que, para una participación fructuosa, es necesario esforzarse por corresponder personalmente al misterio que se celebra mediante el ofrecimiento a Dios de la propia vida, en unión con el sacrificio de Cristo por la salvación del mundo entero.
“Por este motivo, el Sínodo de los Obispos ha recomendado que los fieles tengan una actitud coherente entre las disposiciones interiores y los gestos y las palabras. Si faltara ésta, nuestras celebraciones, por muy animadas que fueren, correrían el riesgo de caer en el ritualismo. Así pues, se ha de promover una educación en la fe eucarística que disponga a los fieles a vivir personalmente lo que se celebra… . La mejor catequesis sobre la Eucaristía es la Eucaristía misma bien celebrada” (n. 64).
La catequesis Eucarística (conocida como catequesis mistagógica), se caracteriza por tres elementos: 1. Interpreta los ritos a la luz de los acontecimientos de la historia de nuestra salvación. 2. Presta especial atención a la introducción sobre el significado de los signos y símbolos contenidos en los ritos. 3. Se preocupa por enseñar el significado de los ritos para la vida cristiana en todas sus dimensiones. El Papa indica que la efectividad de dichas enseñanzas puede observarse en la reverencia a la Eucaristía, especialmente con respecto a arrodillarse durante la parte central de la Plegaria eucarística, expresando externamente nuestra reverencia por “la majestad infinita de Dios, que llega a nosotros de manera humilde en los signos sacramentales” (n. 65).
El Papa Benedicto prosigue: “Uno de los momentos más intensos del Sínodo fue cuando, junto con muchos fieles, nos desplazamos a la Basílica de San Pedro para la adoración eucarística. Con este gesto de oración, la asamblea de los Obispos quiso llamar la atención, no sólo con palabras, sobre la importancia de la relación intrínseca entre celebración eucarística y adoración. En este aspecto significativo de la fe de la Iglesia se encuentra uno de los elementos decisivos del camino eclesial realizado tras la renovación litúrgica querida por el Concilio Vaticano II” (n. 66).
El Papa comenta que durante los primeros años después del Concilio, no siempre se percibió claramente la relación entre la Misa y la adoración al Santísimo Sacramento. Nos ofrece como ejemplo la objeción ampliamente difundida de que el pan eucarístico no se nos daba para ser contemplado, sino para ser comido. Esta era una falsa dicotomía. Menciona la cita de San Agustín: “Nadie come de esta carne sin antes adorarla [...], pecaríamos si no la adoráramos” (de sus comentarios sobre el Salmo 98).
En efecto, en la Eucaristía el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros; la adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia” (n. 66).
Los pastores deberán fomentar la práctica de la adoración eucarística, tanto individual como comunitaria, incluso comenzando por aquellos que están a punto de recibir la Primera Comunión (cf. n. 67).
El Papa expresa admiración por todos aquellos que se encuentran comprometidos con la adoración apostólica del Santísimo Sacramento, resaltando que las parroquias y demás grupos deberían reservar un tiempo para la adoración por medio de procesiones, la práctica de las Cuarenta Horas, congresos eucarísticos, etc. “Estas formas de devoción, debidamente actualizadas y adaptadas a las diversas circunstancias, merecen ser cultivadas también hoy” (cf. n. 68).
Felizmente la adoración eucarística ha ido creciendo en nuestra Arquidiócesis. Las consecuentes bendiciones resultan evidentes.
El Santo Padre comenta sobre la colocación del sagrario, una cuestión que queda, a fin de cuentas, en manos del obispo diocesano. El Papa observa que: “... el lugar en que se conservan las especies eucarísticas sea identificado fácilmente por cualquiera que entre en la iglesia, también gracias a la lamparilla encendida. Para ello, se ha de tener en cuenta la estructura arquitectónica del edificio sacro: en las iglesias donde no hay capilla del Santísimo Sacramento, y el sagrario está en el altar mayor, conviene seguir usando dicha estructura para la conservación y adoración de la Eucaristía, evitando poner delante la sede del celebrante. En las iglesias nuevas conviene prever que la capilla del Santísimo esté cerca del presbiterio; si esto no fuera posible, es preferible poner el sagrario en el presbiterio, suficientemente alto, en el centro del ábside, o bien en otro punto donde resulte bien visible” (n. 69).
Las instrucciones de nuestra arquidiócesis son reflejo de las del Papa. †