Buscando la
Cara del Señor
La Eucaristía nos transforma en Cristo
(Décimo segundo de la serie)
La exhortación apostólica del Papa Benedicto XVI sobre la Eucaristía se divide en tres partes: “Eucaristía, misterio que se ha de creer”, “Eucaristía, misterio que se ha de celebrar”, y “Eucaristía, misterio que se ha de vivir.”
Durante las últimas semanas he comentado las dos primeras partes. Esta semana comienzo con la Parte III. Sabemos que la Misa dominical no constituye simplemente un paréntesis en la vida.
En esta sección el Santo Padre nos recuerda que al momento de recibir la Eucaristía, algo radicalmente importante nos sucede.
La recepción de la Comunión no ha de tomarse como algo casual. Tal vez no seamos conscientes de ello, pero sufrimos una transformación cuando recibimos a Cristo en la Eucaristía. Nos transformamos en Cristo. ¿Cómo sucede esto y qué significa?
El Papa Benedicto escribe: “El Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho alimento de verdad y de amor, hablando del don de su vida nos asegura que «quien coma de este pan vivirá para siempre» (Jn 6,51). Pero esta «vida eterna» se inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: «El que me come vivirá por mí» (Jn 6,57). Estas palabras de Jesús nos permiten comprender cómo el misterio «creído» y «celebrado» contiene en sí un dinamismo que lo convierte en principio de vida nueva en nosotros y forma de la existencia cristiana. (…) En efecto, no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; «nos atrae hacia sí».” (n. 70).
Debido a que es algo sobrenatural, el significado de esta transformación de nosotros en Cristo durante la Eucaristía no es algo fácilmente comprensible en un mundo que cree únicamente en lo que puede ver. Sin embargo, es la novedad que Cristo establece en la Eucaristía: todo lo que sucede en la celebración y la recepción de la Eucaristía es real; la dinámica invisible es sobrenatural y profundamente real. Esta es la novedad de la vida que Cristo nos otorgó en su muerte inmolatoria en la cruz y la resurrección, la cual llega a nosotros desde épocas remotas.
El Santo Padre escribe: “La Eucaristía, al implicar la realidad humana concreta del creyente, hace posible, día a día, la transfiguración progresiva del hombre, llamado a ser por gracia imagen del Hijo de Dios (cf. Rm 8,29 s.). Todo lo que hay de auténticamente humano —pensamientos y afectos, palabras y obras— encuentra en el sacramento de la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud. Aparece aquí todo el valor antropológico de la novedad radical traída por Cristo con la Eucaristía: el culto a Dios en la vida humana no puede quedar relegado a un momento particular y privado, sino que, por su naturaleza, tiende a impregnar todos los aspectos de la realidad del individuo. El culto agradable a Dios se convierte así en un nuevo modo de vivir todas las circunstancias de la existencia, en la que cada detalle queda exaltado al ser vivido dentro de la relación con Cristo y como ofrenda a Dios.” (n. 71).
El Papa nos enseña: “Esta novedad radical que la Eucaristía introduce en la vida del hombre ha estado presente en la conciencia cristiana desde el principio. Los fieles percibieron en seguida el influjo profundo que la Celebración eucarística ejercía sobre su estilo de vida. San Ignacio de Antioquía expresaba esta verdad definiendo a los cristianos como «los que han llegado a la nueva esperanza», y los presentaba como los que viven «según el domingo» (iuxta dominicam viventes). Esta fórmula del gran mártir antioqueno pone claramente de relieve la relación entre la realidad eucarística y la vida cristiana en su cotidianidad.” (n. 72).
Recientemente, un laico católico bien informado me dijo que deseaba que nuestros sermoneadores de la Misa hicieran énfasis con más frecuencia en el hecho de que lo que un católico hace el domingo está relacionado con lo que sucede durante el resto de la semana.
Mencionó que le gustaría creer que su trabajo, su carrera, forma parte de su vida espiritual, que el domingo no es meramente una interrupción, algo que está desvinculado del resto de la semana. Le gustaría que se le alentara a ver su trabajo como parte de su obligación cristiana.
Mi amigo dio en el clavo. El Santo Padre nos enseña que la Eucaristía empapa cada aspecto de nuestra existencia, no solamente durante el breve período que nos encontramos en la Misa dominical. “El valor paradigmático que este día santo posee con respecto a cualquier otro día de la semana. En efecto, su diferencia no está simplemente en dejar las actividades habituales, como una especie de paréntesis dentro del ritmo normal de los días.” (n. 72)
Debido a que nos transformamos en Cristo en la Eucaristía, lo que hacemos en nuestra vida cotidiana se convierte tanto en “adoración” como nuestra participación en la creación divina y por consiguiente, parte de nuestra obligación como cristianos. †