Buscando la
Cara del Señor
Las enseñanzas de la Iglesia sobre el concubinato reflejan la creencia en la dignidad del matrimonio
No puedo decirles cuántos padres y abuelos me confiesan su tristeza y ansiedad con respecto a familiares que han decidido “vivir juntos.”
El concubinato es uno de los problemas más comunes y más sensibles que enfrentan nuestros pastores en las reuniones de preparación para el matrimonio. Debido a que es tan común entre personalidades famosas de la sociedad contemporánea, es generalmente aceptado sin demasiada conmoción. Lleva a cuestas profundas consideraciones porque tiene serias consecuencias.
El Comité para el Matrimonio y la Vida Familiar de la Conferencia de Obispos Católicos de EE.UU. (USCCB por sus siglas en inglés), publicó recientemente cierta información contextual sobre este fenómeno complejo, aunque no inusual. Permítanme compartir parte de esta información con ustedes. (Para facilitar la lectura he omitido las referencias a los documentos de investigación que se encuentran a disposición para respaldar la información.)
En 2004 más de 5 millones de estadounidenses se encontraban en concubinato, viviendo juntos en una relación sexual sin estar casados. Esto contrasta con 500,000 en 1970. Actualmente 60 por ciento de todos los matrimonios están precedidos por el concubinato. Menos de la mitad de las uniones de concubinato culminan en el matrimonio.
Muchas parejas creen—erróneamente—que el concubinato disminuirá su riesgo de divorcio. Debido a que muchos son hijos de padres divorciados o tienen familiares o amigos que se han divorciado, este constituye un concepto erróneo ampliamente difundido, lo cual es quizás comprensible. Otras razones para vivir juntos incluyen conveniencia, situación financiera, compañía y seguridad, y el deseo de mudarse fuera del núcleo familiar.
De hecho, un matrimonio precedido por el concubinato tiene un 46 por ciento más de probabilidad de culminar en divorcio. El riesgo es aun mayor para concubinos “en serie” que han tenido varias relaciones. Algunos estudios indican que aquellos que han vivido juntos con planes firmes de matrimonio corren un riesgo mínimo. Sin embargo, el mismo estudio indica que el concubinato no produce efectos positivos.
El informe del comité de la USCCB observa que los científicos sociales han intentado determinar si, en efecto, parte del riesgo de los concubinos se debe al efecto de selección, es decir, aquellos que viven juntos ya están más predispuestos al divorcio. Si bien la investigación demuestra la influencia de la selección, la mayoría de los científicos sociales hacen énfasis en el efecto casual, es decir, que el concubinato en sí mismo aumenta el riesgo de problemas maritales en el futuro y de divorcio.
No había pensado que el concubinato por lo general daba preferencia a una de las partes por encima de la otra. Los estudios demuestran que los concubinos no están igualmente comprometidos. Aparentemente, con frecuencia la parte comprometida está dispuesta a soportar la mala comunicación, el tratamiento desigual, la inseguridad e incluso el abuso. Normalmente las mujeres son más vulnerables ya que suelen estar más comprometidas.
No es de sorprender que el concubinato ponga en riesgo a los hijos. Cuarenta por ciento de los hogares de concubinos incluyen hijos. Después de cinco años, la mitad de estas parejas se separarán, en comparación con el 15 por ciento de los padres casados.
Las enseñanzas de nuestra Iglesia Católica con respecto al concubinato reflejan nuestra creencia sobre la dignidad del matrimonio. Creemos que el amor marital es una imagen del amor de Dios por la humanidad y un matrimonio cristiano constituye un símbolo de la unión de Cristo con la Iglesia. Esta unión nunca podrá ser temporal o “de prueba.” Es permanentemente fiel.
Dios ha destinado cada acto sexual para expresar el amor, el compromiso y la apertura hacia la vida en la entrega total e ilimitada entre esposo y esposa. Las relaciones sexuales premaritales son pecaminosas porque violan la dignidad de las personas, así como el significado nupcial y la finalidad de la sexualidad. No puede expresar la voluntad de Dios. En lugar de ello, expresa algo falso: un compromiso total que la pareja aun no tiene. Este compromiso total es únicamente posible en el matrimonio.
Es importante que entendamos que la entrega mutua entre esposo y esposa les permite convertirse en co-creadores junto con Dios para traer nuevas vidas a este mundo.
Recordemos que las relaciones sexuales cumplen un doble propósito: expresar y fortalecer el amor marital (llamado propósito unitario), y compartir ese amor con los hijos (el propósito procreativo). Evidentemente, sólo en un matrimonio los hijos pueden crecer bajo el amparo del amor comprometido de un padre y una madre.
Como mencioné al principio, el predominio del concubinato es una preocupación difícil y sensible para los pastores. Al reconocer el hecho del concubinato, el difunto Santo Padre Juan Pablo II, instó a los pastores y a la comunidad de la Iglesia a que se familiarizaran con estas situaciones de manera individual en cada caso.
“Se acercarán a los que conviven, con discreción y respeto; se empeñarán en una acción de iluminación paciente, de corrección caritativa y de testimonio familiar cristiano que pueda allanarles el camino hacia la regularización de su situación” (Familiaris Consortio, #81).
A pesar de las dificultades, el concubinato ofrece una oportunidad para la evangelización. Cuando se aborda con entendimiento y compasión, se convierte en una oportunidad para el aprendizaje.
El informe de la USCCB concluye con el recordatorio de que los jóvenes buscan su alma gemela en el cónyuge. Desean una relación íntima y duradera.
Nuestra Iglesia entiende esta búsqueda de intimidad. Desde el punto de vista pastoral, tratamos de ayudar a los concubinos para que entiendan que su relación menoscaba aquello que tanto anhelan. †