Buscando la
Cara del Señor
La inmigración es un problema complejo que es necesario resolver
Parece que la campaña política para conseguir al nuevo presidente de nuestro país será muy larga.
El lado positivo de este período hasta las elecciones en noviembre es que tendremos tiempo para analizar y reflexionar sobre los principales temas, y hacerlo informados desde nuestra fe católica.
Un poco antes de Navidad se me invitó como presentador para “Theology on Tap,” un foro católico para jóvenes adultos.
Luego de una breve presentación sobre el significado del Adviento, se me pidió si estaría dispuesto a responder preguntas de la audiencia, algunas de las cuales habían sido enviadas por adelantado. Disfruto ese tipo de estructura como una buena oportunidad para la comunicación sobre nuestra fe.
La primera pregunta que recibí fue: “Entre los candidatos a la presidencia demócratas y republicanos de la actualidad, ¿quién le gustaría que fuera el nuevo presidente?”
Mi reacción inmediata fue: “¡Ciertamente no esperarán que responda esa pregunta!”
Todos se echaron a reír conmigo.
Lo que sí pude expresar es que cuando llegue el momento de votar, debemos hacerlo obedeciendo a una conciencia informada con honestidad, y que dicha conciencia debe conformarse a nuestras enseñanzas católicas sobre la fe y la moral.
Por supuesto, se trata de jóvenes adultos muy inteligentes, y además preguntaron si estaban obligados a votar si ninguna de las visiones de los candidatos sobre asuntos delicados era aceptable de acuerdo a la conciencia de la persona.
Como buenos ciudadanos, debemos participar en el proceso político.
Sin embargo, habiendo dicho esto, no estamos obligados a votar en contra de nuestra conciencia.
A pesar de ello, puede que el asunto no esté siempre tan claro.
Por ejemplo, si un candidato está dispuesto a comprometerse a trabajar arduamente para lograr la abrogación del caso Roe v. Wade, pero no asume una posición en cuanto a la abolición de la pena de muerte, podríamos decidir votar por ese candidato. No todos los temas tienen la misma prioridad aunque sean igualmente serios.
La formación de la conciencia no es siempre de nuestro agrado. Y requiere la disposición para analizar objetivamente y para descifrar la complejidad de un asunto.
Traigo a colación el controversial tema de la inmigración.
El diálogo público sobre este asunto está saturado de la retórica de los ilegales que les quitan los trabajos a los ciudadanos, que viven de la beneficencia pública, que no pagan impuestos o son terroristas que pasan desapercibidos y logran entrar en EE.UU. con intenciones perniciosas.
Estos son algunos de los mitos equivocados y simplistas que rodean la cuestión de la inmigración.
Es indiscutiblemente un problema complejo que es necesario resolver, pero algunas de las retóricas de los políticos no aportan soluciones.
Por ejemplo, decir simplemente que todos los inmigrantes ilegales deberían ponerse en espera para legalizar su situación, puede ser lo correcto, pero fingir que es una solución práctica o incluso posible en las circunstancias actuales, no es un aporte útil. Nuestras normativas actuales y el proceso del que disponemos no sirven para el método de “espera en la fila.”
Muchos inmigrantes han arriesgado sus vidas; de hecho, muchos han perecido tratando de venir a un país que necesita mano de obra y donde pueden mejorar las condiciones desesperadas que sufren en sus países de origen.
No conozco ningún inmigrante cuyo objetivo principal sea “enriquecerse.” En vez de ello, sacrifican muchas de las comodidades humanas comunes a fin de proporcionar ayuda a las familias que dejaron y que están desesperadamente necesitadas.
Sin duda su situación de ilegalidad debe corregirse; obviamente no está bien infringir la ley.
Sin embargo, estas son personas humanas que merecen respeto y ayuda. Son personas que comparten nuestra dignidad humana y a quienes debe tratárseles como tales. La ley de inmigración, las políticas y los procesos deben hacer que la legalización sea posible y resolver un problema serio.
Es necesario ventilar algunos de estos mitos tan comunes. Por ejemplo, no es cierto que los inmigrantes ilegales no pagan impuestos. Su aporte a la base tributaria nacional es enorme y supera con creces su participación en los programas sociales y médicos.
Nuestra principal preocupación debería ser que esta buena gente, hermanos y hermanas nuestros, merece que se les trate con respeto.
Cuando el pueblo de Israel fue liberado de la esclavitud, Dios le dejó claro a Moisés la deferencia que merecen los forasteros: “Cuando un forastero resida entre vosotros, en vuestra tierra, no lo oprimáis. Al forastero que reside entre vosotros, lo miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues también vosotros fuisteis forasteros en la tierra de Egipto. Yo, Yahvé, vuestro Dios”
(Lev 19: 33-34).
Jesús predicaba mucho sobre el amor al prójimo.
¿Cómo podemos nosotros, especialmente los católicos, actuar como si no proviniéramos de inmigrantes?
Si nuestros líderes de los siglos XIX y XX supieron manejar la situación de nuestros antepasados, no veo por qué no podrían hacerlo hoy en día. †