Buscando la
Cara del Señor
Levántate, alza la vista y sigue adelante por Jesús
(Tercero de la serie)
Estabas allí cuando cayó al
suelo?”
La Tercera estación del Vía crucis marca la primera vez que Jesús cayó sucumbiendo al peso de la cruz.
No es de sorprender que después de una noche de brutales azotes y la coronación de espinas, la pérdida de sangre debió de ser tal que debilitó a Jesús hasta el punto del derrumbamiento físico. Difícilmente pudo haber tenido algún tipo de control físico ante la pesada carga de la cruz de madera. Jesús llega a su límite físico a principio del camino al Calvario.
Caer al suelo debió ser una humillación adicional para Jesús quien era un hombre bastante joven en toda su plenitud. Resulta útil pensar en la dimensión humana de la Pasión de Cristo porque nuestra imaginación nos ayuda a darnos cuenta de manera mucho más vívida de cuánto nos amaba.
Es importante realizar la conexión personal con el sufrimiento de Jesús ya que nosotros nos contamos como los beneficiarios de su sacrificio de amor.
Nuestra fe no es simplemente una idea teórica o una mera especulación sobre nuestro Redentor. Nuestra fe es un compromiso personal en una relación de amor y amistad con Jesús.
Creemos en la persona de Jesús y en lo que hizo; en otras palabras: la fe no es tan sólo una idea. La salvación no es sencillamente algo genérico. Es personal.
Podemos considerar lo que sucedió en la Vía Dolorosa en Jerusalén hace 2,000 años como una demostración de la vida real de cómo reponernos ante el aparente fracaso de cumplir con nuestras expectativas como seguidores de Jesús. La caída de Jesús encierra un profundo significado espiritual porque la sensación de fracaso espiritual puede convertirse en una tentación contra la esperanza.
Cuando el Papa Benedicto XVI visitó Estados Unidos el pasado abril, vino enarbolando un simple mensaje: “Cristo, nuestra esperanza.”
Una y otra vez el Santo Padre habló sobre la necesidad de esperanza en nuestra cultura y señaaló a Cristo como la fuente de nuestra esperanza.
Quizás en momentos de desaliento sea útil recordar que en el camino a conquistar nuestra redención del pecado y la muerte en la Cruz en el Calvario, el fundamento decisivo de nuestra esperanza, Jesús cayó al suelo. Cayó pero se levantó y completó la obra de nuestra redención. Aún en medio de su aparente fracaso y debilidad, nos ofreció un testimonio de perseverancia y resistencia.
Creo que fue en el verano de 2007 que casualmente sintonicé la introducción anual televisada de los nuevos miembros del Hall de la Fama de la Liga Nacional de Fútbol Americano. En particular, sintonicé justo cuando Michael Irvin de los Dallas Cowboys estaba aceptando el otorgamiento de la distinción.
En el transcurso de sus comentarios, admitió que no siempre había sido el esposo y el padre que debió ser y le pidió disculpas a su esposa. Seguidamente invitó a sus dos jóvenes hijos a que se levantaran mientras él los exhortaba diciendo que esperaba que fueran mejores esposos y padres de lo que él había sido. Y les dijo: “Si caen, levántense, alcen la vista y no se den por vencidos.” Para agregar énfasis, repitió la frase.
Es muy fácil darle a su admonición una aplicación espiritual. El fracaso, el pecado, pueden conducir a darnos por vencidos ante el desaliento.
Por otro lado, tenemos el complejo peligro de la indiferencia. Por otra parte, un falso sentido del perfeccionismo puede ser igualmente engañoso.
Aun para los grandes santos alcanzar la santidad llevando una buena vida ha significado con frecuencia estar dispuestos a levantarse y comenzar otra vez desde cero. El verdadero fracaso espiritual es darse por vencido y cesar en el intento de alcanzar la santidad.
Si nos tornamos indiferentes a los pecados menores, si no nos incomodan los “pequeños” pecados o fallas, podemos volvernos indiferentes espiritual y moralmente.
Volvernos indolentes ante los pecados veniales puede convertirse en el antecedente de los pecados mortales; el hábito de cometer pecados graves no se adquiere repentinamente. Levantarse, alzar la vista y no darse por vencido tiene su fundamento de fe en la misericordia de Dios y el auxilio de su gracia.
Somos salvos por la gracia de Dios, no solamente por nuestras acciones. El perfeccionismo se basa en la falacia de que la salvación depende únicamente de nuestra propia iniciativa. Prácticamente se tiende a sacar a Dios del panorama. De hecho, esta condición puede considerarse como carente de fe, al menos en lo que se refiere a la práctica.
El reto que se nos presenta cuando caemos es creer en lo profundo de nuestro ser que la bondad es más poderosa que la maldad.
Hemos sido creados a imagen de Dios y en el bautismo nos unimos con Cristo. El pecado ocasiona no solamente una ruptura en nuestra relación con Cristo. Lo que es peor aún: puede eclipsar nuestra creencia en la misericordia de Dios que fue conquistada para nosotros de manera conmovedora en la pasión de Cristo.
Podemos levantarnos, podemos alzar la vista y podemos seguir adelante por Jesús. Él cayó al suelo pero se levantó y siguió hacia el Calvario. †