Buscando la
Cara del Señor
El Año de San Pablo marca una buena ocasión para leer sobre este gran misionero
El Papa Benedicto XVI nos alentó a observar el “Año de San Pablo,” desde el comienzo del pasado mes de junio.
No puedo imaginarme una mejor manera de hacerlo que dedicar tiempo durante el próximo año para tomar la Biblia y leer los Hechos de los Apóstoles y las cartas de San Pablo.
San Pablo es, casi sin lugar a dudas, el más grande misionero de todos los tiempos y en sus escrituras uno capta una imagen vívida de su impactante personalidad con todas las características humanas que se pueden esperar.
Al principio de sus actividades misioneras, sus esfuerzos no tuvieron mucho éxito. De hecho, en un comienzo había prácticamente abandonado el ministerio.
Únicamente debido a que San Bernabé lo fue a buscar y lo llevó a Antioquía fue que las enseñanzas de fe en Jesucristo de Pablo echaron raíces. Se convirtió en el misionero principal del mundo pagano y con frecuencia se le malinterpretaba y sufrió graves persecuciones hasta que finalmente fue martirizado en Roma.
No pretendo repasar todos los detalles de la vida de San Pablo pues estamos familiarizados con la mayoría de ellos ya que escuchamos su palabra durante el ciclo de tres años de lecturas de las escrituras en la Misa.
Me parece que sería oportuno identificar algunas de las características de este gran evangelizador y practicarlas en nuestras propias vidas espirituales de forma intencional durante este año especialmente dedicado a él.
Quizás resulte alentador, y por lo tanto útil para nuestro desarrollo espiritual, reconocer desde un principio que Pablo era bastante humano, es decir, que distaba de ser perfecto.
La búsqueda de la santidad no es únicamente para aquellos que parecen perfectos. Nos esmeramos por obtener la santidad independientemente de los desafíos personales que enfrentamos debido a nuestras debilidades.
Pablo era un hombre impetuoso y cuando Jesús lo llamó a la conversión era un perseguidor de cristianos feroz y temido. Tuvieron que derribarlo al suelo y cegarlo temporalmente en el camino a Damasco para que Jesús pudiera captar su atención y llevarlo a la conversión.
En otras palabras, visto someramente, Pablo no era un candidato susceptible de convertirse en un misionero cristiano.
Así pues, primero que nada, podemos observar que no importa cuán limitados seamos, nosotros también podemos hacernos santos por la gracia de Dios.
San Pablo resulta un ejemplo alentador de la verdad de la aseveración de Jesús que vino a servir, a sanar y a salvar a los enfermos y a los pecadores, no a aquellos que estaban sanos.
Aparentemente San Pablo pudo escudriñarse y hallar la humildad necesaria para aceptar la intervención de Jesús y, a pesar de su ceguera, seguir las instrucciones de Jesús de procurar al anciano Ananías para su sanación.
¿Nos habría sorprendido que Pablo se hubiera enfurecido con Jesús debido a la humillación y la aflicción que soportó en su derrota? Sospecho que Pablo debió luchar consigo mismo para aceptar el llamado de Jesús. Él es testimonio de la importancia de la humildad en nuestra búsqueda de la santidad y de aceptar la voluntad de Cristo.
Mientras San Pablo emprendía su extraordinaria labor misionera, debió ser valiente y perseverante, en contra de todo pronóstico, debido a la poderosa resistencia.
El mensaje cristiano resultaba extraño para las mentes y los oídos del mundo pagano cuyos dioses eran escasamente modelos de integridad generosa y de buen temperamento. En ese mundo pagano Pablo predicaba un mensaje inusual sobre Jesucristo quien enseñaba un Evangelio de amor humilde y que vino a servir y no a ser servido. Pablo predicaba sobre Jesucristo el perfecto Dios y el perfecto hombre.
Ser personas de fe requiere la virtud del valor. La fe no es siempre algo fácil, especialmente cuando experimentamos los embates de los tiempos difíciles que inevitablemente se nos presentan.
Nuestra cultura puede diferir bastante con respecto al mundo pagano evangelizado por San Pablo y sus acompañantes, pero también existen semejanzas impactantes.
Muchos de los valores que pueden influenciarnos carecen de un Dios: el materialismo y el secularismo relegan a Dios a un mundo de caprichos personales. Para muchos, Dios no es relevante. Avanzamos contra la corriente porque creemos en otro reino que no pertenece a este mundo. Entregarse intencionalmente a ese desafío exige un valor firme.
El papel de San Pablo como misionero fue el de predicar sobre Jesucristo. Ante todo, esto implicaba que debía vivir como Jesucristo y ser Jesucristo para los demás.
Cuando los diáconos y los sacerdotes se ordenan, se les exhorta a creer en la Palabra de Dios, a enseñar lo que creen y a practicar lo que enseñan.
En realidad, esa exhortación es apropiada para todos nosotros que creemos en Cristo.
Que la lectura de la Palabra de Dios durante este Año de San Pablo sea la base para desempeñar nuestro papel en la misión evangelizadora de la Iglesia. †