Buscando la
Cara del Señor
La Cuaresma nos recuerda aquello que es verdaderamente importante en la vida
La próxima semana comenzamos la temporada de la Cuaresma con sus gracias especiales.
Le doy la bienvenida a la oportunidad para una renovada conversión de corazón. La antiquísima sabiduría de la Iglesia Católica nos recuerda que necesitamos esta renovación.
Las vestimentas moradas y la austeridad de la liturgia durante esta época evocan una cierta solemnidad al tiempo que nos preparan para el esplendor de la Resurrección.
Comenzamos con el Miércoles de Ceniza. Siempre me impresiona la participación en este presagio de la Cuaresma.
Todo acerca de la liturgia del Miércoles de Ceniza parece concentrarse en un solo tema: Recuerda quién eres.
La liturgia nos dice: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás.” Y esa admonición sugiere algunas preguntas.
¿De dónde vengo? ¿A dónde quiero ir? ¿Para quién vivo? ¿Para qué vivo? ¿Acaso Dios está en mis planes? ¿Acaso otro ídolo, otro dios rige mi corazón?
El hecho de que la Iglesia nos confronte con ásperas cenizas hace que seamos honestos. La ceremonia de las cenizas nos ayuda a recordar que, al final, nuestros cuerpos, y buena parte de aquello por lo que nos consumimos, se convertirá en eso: cenizas.
Quizás seamos un poco incrédulos y no nos impresione demasiado este recordatorio, especialmente si todavía somos jóvenes; sin embargo, no podemos desestimar la verdad de las cenizas.
Las cenizas utilizadas para ungir tienen otro significado si tomamos en cuenta su procedencia. Las cenizas empleadas para este ritual litúrgico se crean quemando las palmas del Domingo de Ramos anterior. Recordemos que esas palmas simbolizan la vana gloria dada a nuestro Señor Jesucristo a su regreso a Jerusalén donde tan solo pocos días después fue crucificado.
Pero no nos detengamos allí. Este símbolo es un recordatorio de que hay mucho más en esta vida y la próxima de lo que podemos percibir. Únicamente si vivimos para el ego propio, para el “yo primero,” todo se transformará en cenizas.
Alguien dijo una vez que el egocentrismo es un instinto salvaje. La plenitud de nuestra humanidad se desarrolla en la aventura de la entrega personal, no en concentrarnos en nosotros mismos.
Jesús nos reta a vivir al máximo, a entregarnos a los demás. Una y otra vez el Evangelio nos recuerda que hay mucho más que podemos ser y hacer. La búsqueda del propio ser se convierte en cenizas. La vida de amor de Cristo nos conduce a la libertad y a la paz, tanto ahora como en el reino en el que toda lágrima será enjugada.
Pero ¿quién no peca? ¿Quién no fracasa ante el reto de ver más allá de la voluntad propia y la preocupación con el propio ser? Por ello, durante la Cuaresma se nos llama de un modo especial a arrepentirnos de nuestros pecados, a hacer penitencia y reconciliarnos. Se nos llama una vez más a la conversión de corazón.
La Iglesia nos llama a hacer algo especial para ayudar a alejarnos del pecado y volver a la vida según el Evangelio. La oración, el ayuno y la limosna son las prácticas centenarias de la Cuaresma que nos conducen a la purificación.
Y por tanto, los exhorto a todos a que recemos un poco más; a que hagamos un poco de ayuno voluntario; y a que realicemos algunas obras de caridad adicionales.
Hagamos algo creativo con nuestros ayunos, oraciones especiales y obras de caridad. Los invito a que ofrezcamos nuestras buenas acciones de la Cuaresma por una intención especial; por ejemplo, por las vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa en nuestra arquidiócesis. Me gusta ofrecer mis prácticas diarias de la Cuaresma por alguna persona en particular. La ofrenda especial diaria le confiere un significado adicional a la temporada.
Más aún, la concienciación durante la oración, el padecimiento del ayuno y la complicación de realizar obras de caridad adicionales también deberían ayudarnos a volvernos más compasivos con los pobres, los oprimidos y aquellos que sufren un gran dolor sin tener opción.
La penitencia de la Cuaresma verdaderamente nos puede llevar a acompañar en la oración a aquellos que sufren. Y lo que es más importante: la oración y el ayuno pueden conducirnos a sentir un hambre aún mayor por el Pan de la Vida, a participar más frecuentemente en la Eucaristía y a sentir una devoción y adoración eucarística aún más profunda.
Muy especialmente los invito a que reflexionemos seriamente sobre una pregunta central y simple: ¿Acaso tomo seriamente a Dios en mi vida? ¿Verdaderamente creo que Dios marca una diferencia en mi vida? Y ¿acaso hago esa relación a diario?
Por último, no puedo enfatizar lo suficiente sobre la importancia de la confesión para recibir el toque sanador de Cristo. La misericordia de Dios es su más hermosa cualidad y es para todos.
Las cenizas no son mágicas. Son un recordatorio de lo que cuenta en la vida. Apuntan hacia Dios.
Nuestras prácticas de la Cuaresma nos conducen a Cristo, a la paz interna y a la libertad mediante la autoentrega.
Oremos por la gracia de la entrega en esta Cuaresma. Abramos nuestros corazones a Cristo.
Después de todo, Él murió por nosotros. †