Buscando la
Cara del Señor
Renovemos en la Cuaresma nuestra determinación a hablar con consideración
Los 40 días de la Cuaresma nos brindan la oportunidad de renovar nuestra conversión de corazón. Resulta útil hacer un repaso de la calidad de nuestra vida espiritual y moral.
Esta semana quisiera proponer que reflexionáramos sobre la expresión oral.
Los pecados verbales fluyen con bastante facilidad y, en algunos casos, no son menos graves que otras ofensas físicas. La justicia del discurso se revela como un tema oportuno.
En mi opinión, la justicia del discurso es una virtud que escasea ya que vivimos en una cultura que practica lo que llamo “la inflación de la lengua y el chisme fácil.”
Debo decir que no estoy en contra de los medios de comunicación; de hecho, éstos llevan a cabo un servicio esencial como canales de comunicación pública. Sin embargo, existen algunas tendencias que no son positivas.
La “inflación de la lengua” se manifiesta más palpablemente en los anuncios de los medios, los periódicos y los titulares en Internet.
Por ejemplo, leemos u oímos que “Político A arremete contra Político B.” Al investigar un poco más se descubre que el Político A simplemente estuvo en desacuerdo con la política propuesta por el Político B.
Otro ejemplo: “El Papa recrimina a los obispos.” Un sondeo más profundo revela que en su reunión con los obispos el Santo Padre les pidió que exhortaran a los maestros de religión a ser fieles al magisterio de la Iglesia.
Parece que hemos perdido el arte del discurso ordinario para dar paso al sensacionalismo.
Es una costumbre normal en estos días ver un anuncio que corre por la parte inferior de la pantalla del televisor que advierte “noticias de última hora.” Eso solía ser una señal de que estaba ocurriendo un suceso verdaderamente trágico o sensacional. Hoy en día puede referirse a cualquier tema menos que sensacional.
No resulta extraño que algunos reporteros de los medios públicos invadan la privacidad de las personas bajo cualquier pretexto. Algunos expertos de los medios de comunicación fomentan una atmósfera de chisme o sospecha, especialmente en lo que concierne a las vidas de personalidades públicas.
Es importante que escuchemos atentamente a las condiciones calificativas que expresan las palabras. Por ejemplo: “El presidente podría hacer esto o aquello.” O “Pareja A y Pareja Be parecen estar al borde del divorcio.” O bien “Podría sobrevenir una catástrofe si no sucede esto o aquello.”
Mi intención es resaltar que la inflación de la lengua y el chisme público ejercen un profundo impacto en nuestros discursos individuales. Debemos pensar, leer y escuchar atentamente. Es una desdicha que permitamos que los anuncios o los titulares piensen por nosotros e influencien nuestra forma de expresarnos.
Como cristianos individuales nos convendría examinar durante esta temporada de la Cuaresma si existen formas en las cuales somos culpables de la proverbial “lengua sin freno.”
La manera como nos referimos a los demás es, primero que nada, un asunto de justicia. Toda persona tiene derecho a gozar de un buen nombre, de respeto e incluso de estima. Cuando emitimos juicios desmedidos en relación al comportamiento de otros que viven y trabajan con nosotros, estamos pecando contra la justicia. Recordemos que Santiago escribió que la lengua puede convertirse en un “mundo de maldad” (Santiago 3:6).
Todos los días leo pasajes de un libro de meditaciones diarias titulado In Conversation with God (En conversación con Dios), de Francis Fernández (Scepter Press, Londres, 2003).
Hace algunas semanas el autor escribió en relación a este tema: “La causa más frecuente de la difamación, de la crítica negativa y la calumnia, es la envidia, la cual no puede tolerar las cualidades positivas de los demás, el prestigio o el éxito de las personas o instituciones. La gente también es culpable de calumniar cuando coopera en su propagación mediante la palabra impresa o a través de cualquier medio de comunicación masiva” (Vol. 3, p. 119).
El discurso de los cristianos es un tema común entre numerosos santos. En ocasiones sus admoniciones son bastante perspicaces. San Josemaría Escrivá de Balaguer escribió que muchas personas, incluso aquellos que se consideran cristianos, “piensan mal de algo o alguien” como primer impulso. “No necesitan prueba alguna; lo dan por sentado. Y no se lo guardan para sí mismos; difunden sus juicios temerarios a los cuatro vientos” (Es Cristo que pasa, 67).
En una de sus homilías, San Gregorio de Nisa dijo que no debemos “conversar con torrentes de palabras y no debemos permitir que las palabras que broten en la mente caigan como granizo al hablar impetuosamente.”
Sus palabras son eco del Libro de los Proverbios que San Benito citó cuando predicaba a sus monjes sobre el discurso y el valor del silencio.
En el capítulo seis de su Regla, San Benito cita el Libro de los Proverbios: “El que mucho habla, mucho yerra” (Prv 10:19). Asimismo, incluyó una segunda cita de Proverbios: “En la lengua hay poder de vida y muerte” (Prv 18:21).
El uso del discurso es una cuestión de justicia en nuestras relaciones con los que nos rodean. Mamá y papá me enseñaron lo que dicen muchos padres: “Si no puedes decir algo positivo sobre una persona, no digas nada.”
Renovemos nuestra determinación a hablar con consideración. †