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Cara del Señor
La intención de los mandamientos de la Iglesia es garantizar el mínimo indispensable para practicar la fe
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña: “Los mandamientos de la Iglesia se sitúan en la línea de una vida moral referida a la vida litúrgica y que se alimenta de ella. El carácter obligatorio de estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo” (#2041). Este párrafo es denso.
Debemos ponderar la intención de los mandamientos, es decir, que su finalidad es garantizar el mínimo indispensable para practicar nuestra fe como católicos.
Esto nos debe conllevar a detenernos y preguntarnos: ¿Acaso me entrego a la fe? ¿Mi fe es católica? ¿Qué tan fuerte es mi fe católica? ¿Deseo hacer al menos lo mínimo indispensable para respaldar mi fe?
El catecismo indica que los mandamientos garantizan el mínimo indispensable. ¿Acaso mi vida de fe acepta el postulado de la Iglesia de que, en efecto, existe un mínimo indispensable de prácticas?
Estas aseveraciones realizadas por las autoridades eclesiásticas representan el reconocimiento pastoral de que en un mundo que desea confiar sólo en lo que puede ver, escuchar, degustar o tocar, es decir, en realidades concretas, es necesario contar con los mandamientos.
La fe es un don sobrenatural que nos permite creer en lo que no hemos visto y en el misterio del amor providencial de Dios. Las autoridades pastorales reconocen que el don de la fe puede debilitarse al punto de perderlo. Por lo tanto, la base de los preceptos (o mandamientos) de la Iglesia descansa sobre un cierto realismo pastoral.
¿Quiénes conforman las “autoridades pastorales” que establecen los mandamientos de la Iglesia como el mínimo necesario para practicar la fe católica? El Catecismo de la Iglesia Católica responde a esta interrogante citando un pasaje de la Constitución Dogmática de la Iglesia del Concilio Vaticano II: “El Romano Pontífice y los obispos como ‘maestros auténticos por estar dotados de la autoridad de Cristo ... predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica’ (Lumen Gentium, 25). El magisterio ordinario y universal del Papa y de los obispos en comunión con él enseña a los fieles la verdad que han de creer, la caridad que han de practicar, la bienaventuranza que han de esperar” (#2034).
El catecismo dice que los mandamientos de la Iglesia son promulgados por las autoridades pastorales para garantizar al fiel lo mínimo indispensable en el espíritu de la oración. Al igual que sucede con cualquier relación, nuestra relación con Dios el Padre, a través de la intercesión de Jesucristo mediante el poder del Espíritu Santo, requiere comunicación.
Nos relacionamos con Dios en la oración. Y existe una práctica de la oración mínima esencial para fomentar el hábito de la oración Sin ese mínimo, es probable que no recemos mucho a Dios.
La amistad resulta una buena analogía. Si los amigos no se comunican, la amistad languidece y eventualmente desaparece.
Los mandamientos de la Iglesia estipulan una práctica mínima en el espíritu de la oración. El espíritu de la oración también sugiere el espíritu en el cual debemos recibir y practicar los mandamientos de la Iglesia promulgados por las autoridades pastorales.
Asimismo, los mandamientos de la Iglesia decretan las prácticas mínimas para respaldar nuestros esfuerzos morales. Sin los fundamentos de la fe y sin la práctica mínima del hábito de la oración, es probable que no llevemos una vida moral positiva.
Si nuestra fe en Dios no constituye el eje central de nuestras vidas, probablemente no tendremos la noción del pecado ni estaremos permitiendo que nuestra conciencia nos guíe. Para poder desarrollar el amor a Dios y al prójimo es necesario que nos entreguemos a la forma de vida que nutre ese amor.
Si no hacemos lo mínimo indispensable como personas de fe, probablemente nuestros esfuerzos por amar al prójimo no rendirán frutos. Esto resulta especialmente obvio si recordamos que Jesús redefinió el concepto del prójimo, es decir, todo el mundo.
El Catecismo Católico de Estados Unidos para Adultos nos recuerda que: “No hay duda de que el amor debe ser el pilar fundamental de la vida moral. No obstante, las normas y las leyes que muestran cómo puede aplicarse el amor en la vida real, son igualmente esenciales en este reino mundano. En el cielo, con el amor basta. En este mundo necesitamos la orientación moral de los Mandamientos, el Sermón de la Montaña, los mandamientos de la Iglesia y otras normas, para ver cómo obra el amor” (p. 318).
El catecismo para adultos prosigue: “En nuestra cultura permisiva en ocasiones se idealiza tanto al amor que se le separa del sacrificio. Debido a esto no es posible hacerle frente a las decisiones morales difíciles. La ausencia del amor sacrificatorio condena la posibilidad de una vida moral auténtica” (p. 318).
Las leyes morales y divinas, así como los mandamientos de la Iglesia, constituyen una fuente de liberación y nos permiten alcanzar nuestros anhelos humanos más profundos. †