Buscando la
Cara del Señor
Asistir a la misa es fundamental para fortalecer nuestra relación con Dios
En una de las cenas vocacionales para jóvenes y jóvenes adultos cuyos nombres fueron propuestos para el programa Called by Name (Llamado por su nombre), un estudiante del último año de secundaria de New Albany mencionó que de todo su curso de octavo grado, él era el único que asistía semanalmente a la Misa dominical.
Comentó que no podía entenderlo, pero dijo que probablemente por eso su nombre fue sugerido como posible candidato a la vocación del sacerdocio. Yo también lo creo y lo elogié.
El primer mandamiento de la Iglesia dice: “Oír Misa entera los domingos y demás fiestas de precepto y no realizar trabajos serviles.”
El Catecismo de la Iglesia Católica indica que este mandamiento exige a los fieles que santifiquen el día en el cual se conmemora la Resurrección del Señor, así como también las fiestas litúrgicas principales en honor de los misterios del Señor, la Santísima Virgen María y de los santos.
Afirma que debemos hacer esto, en primer lugar, participando en la celebración eucarística en la cual se reúne la congregación cristiana y descansando de aquellos trabajos y ocupaciones que puedan impedir esa santificación de estos días. (cf. #2042)
El Catecismo Católico de Estados Unidos para Adultos lo expresa de la siguiente forma: “Oír Misa entera los domingos y demás fiestas de precepto y no realizar trabajos serviles. El domingo, el día de la Resurrección, debe tratarse de forma distinta a los demás días de la semana. Esto lo hacemos santificando el día mediante la asistencia a la Misa y absteniéndonos de realizar labores innecesarias. Los Días de Precepto Santo, en los que celebramos las fiestas de Jesús, de la Santa Madre y de los santos, deben conmemorarse del mismo modo” (p. 334).
Supongo que se debe admitir que la aplicación del primer mandamiento y su observancia se han vuelto más complicadas debido a la secularización de nuestra sociedad y del propio domingo.
Las personas más mayores recordarán que hace años había poca actividad comercial, producción y trabajos forzados los domingos.
Resulta altamente improbable que la cultura seglar retroceda a esas épocas. Y por lo tanto, para muchas personas cuyos medios de vida dependen de un empleo, se vuelve imposible no trabajar los domingos. Los tiempos han cambiado muchísimo.
Por ejemplo, recuerdo que una de las preguntas morales de mi examen oral (para obtener mi título de postgrado), era si los encuentros deportivos profesionales que se jugaban los domingos constituían una actividad moral.
Supongo que la idea que subyacía en esta pregunta era si los deportes profesionales podían considerarse como labores serviles. Me las ingenié respondiendo que si bien los deportes profesionales eran una forma de empleo, no violaban el espíritu de celebración dominical.
Para hacer aún más palpable la cuestión de los deportes dominicales, no resulta aceptable dejar de asistir a la Misa dominical para ver un partido de fútbol, un torneo de golf u otras actividades deportivas.
El hecho de que en años recientes se tome en cuenta la celebración del domingo a partir de su víspera la noche anterior, debería resultar una ayuda para cumplir con el mandamiento. No hay duda de que con frecuencia es un sacrificio asistir a la Misa el sábado en la noche o el domingo.
Quizás sea provechoso reflexionar un poco más sobre por qué la Iglesia Católica considera que la celebración dominical es un asunto que reviste una seria preocupación moral.
En esencia es por el hecho de que el domingo marca el día de la Resurrección y también el primer día de la creación.
El día de la Resurrección glorifica y expresa nuestra creencia en el misterio fundamental del poder redentor de Dios. Sin la Resurrección de Cristo, el Hijo divino de Dios, no existiría la salvación.
La observancia del domingo es primordialmente un acto de agradecimiento por habérsenos salvado del pecado y de la muerte. Debemos participar en la acción de gracias de la Iglesia. Tal vez debamos empaparnos en una renovada comprensión y agradecimiento por nuestra redención, ya que ésta representa el acto más decisivo de toda la historia humana y tiene una relevancia personal para cada uno de nosotros.
El mandamiento de asistir a Misa los domingos y en los días de guardar pone a prueba nuestros valores espirituales y, eventualmente, el valor que le damos a nuestra relación con Dios.
Somos un pueblo que contradice la cultura y quizás ahora más que nunca necesitemos de estos requisitos mínimos que nos ayudan a caminar contra la corriente en una sociedad que valora cada vez menos el lugar que ocupa Dios en la vida real.
Optar voluntaria y conscientemente por no asistir a la Misa dominical es un pecado mortal ya que pone en riesgo nuestra relación con Dios y nuestra eventual salvación.
En contraposición a la inobservancia de muchas más personas de las que quisiéramos, no es correcto decidir por cuenta propia que el primer mandamiento de la Iglesia no es importante o que ni siquiera se aplique a nosotros.
Por supuesto, es muy distinto si no podemos asistir debido a una razón de peso. †