Buscando la
Cara del Señor
La esperanza en Cristo nos sustenta en el camino hacia Dios
Somos un pueblo peregrino en un camino de esperanza.
Durante la preparación para la celebración de nuestro aniversario en el año 2000, elegimos el tema “Camino de fe 2001.”
Hicimos énfasis en que somos un pueblo peregrino y que la fe nos sustenta en nuestro camino hacia Dios.
Somos un pueblo peregrino porque no estamos satisfechos con el orden de las cosas. Buscamos el rostro del Señor. Anhelamos la comunión con Cristo y el gozo de la vida eterna.
En su carta encíclica “Spe Salvi” (“Salvados por la esperanza”), el Papa Benedicto XVI nos dice que Jesús es la fuente de nuestra esperanza, una esperanza más poderosa que el sufrimiento o la muerte.
“Cuando la Carta a los Hebreos dice que los cristianos son huéspedes y peregrinos en la tierra, añorando la patria futura”, comenta el Santo Padre, “no remite simplemente a una perspectiva futura. [L]os cristianos reconocen que la sociedad actual no es su ideal; ellos pertenecen a una sociedad nueva, hacia la cual están en camino y que es anticipada en su peregrinación” (“Spe Salvi,” #4).
Como peregrinos, no vagamos sin rumbo. Tenemos una meta: entrar en el reino de Dios y compartir con el prójimo la visión beatífica del cielo. No podemos alcanzar esta meta con nuestros propios esfuerzos.
El éxito en nuestra travesía de esperanza es únicamente posible por la gracia que nos ha entregado nuestro Señor Jesucristo a través de su sufrimiento, muerte y resurrección. Esta meta como peregrinos es también nuestra misión como Iglesia: proclamar el reino de Dios, ser las semillas y el inicio de ese reino aquí en la Tierra.
Como discípulos de Jesús, no nos satisface el orden de las cosas, de modo que rezamos pidiendo la gracia de poder cambiarnos a nosotros mismos y al mundo en el que vivimos, de acuerdo a la voluntad de Dios. No nos sentimos a gusto con el statu quo así que nos esforzamos por construir un mundo mejor, el inicio del reino de Dios aquí en la Tierra, en previsión del cumplimiento futuro del plan de Dios.
No nos sentimos desorientados como personas ni como comunidad de fe porque se nos ha mostrado el camino que es Cristo. “Yo soy la luz del mundo”, nos dice el Señor. “El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8:12).
Cada año, durante la época de la Pascua, la Iglesia celebra el Domingo del Buen Pastor. La imagen del Buen Pastor es un símbolo muy fuerte del ministerio de Jesús.
El arte cristiano ha reflejado de muchas formas diferentes el ministerio pastoral de Jesús, desde los primeros días de la Iglesia hasta el presente. El Buen Pastor vela por las esperanzas y los anhelos más profundos de su pueblo. Es un verdadero maestro: aquel que nos muestra el camino.
El papa Benedicto nos recuerda que en el arte romano “el pastor expresaba generalmente el sueño de una vida serena y sencilla, de la cual tenía nostalgia la gente inmersa en la confusión de la ciudad” (“Spe Salvi,” #6). Para los cristianos, según observa el Santo Padre, la imagen del Buen Pastor tiene un significado más profundo.
Citando el Salmo 23 (“El Señor es mi pastor ...”), el Santo Padre señala: “El verdadero pastor es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte; Aquel que incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso abierto (“Spe Salvi,” #6).
El Buen Pastor es la fuente de nuestra esperanza: “Tu vara de pastor me reconforta” así que “no temo peligro alguno” (Sal 23:4).
A medida que continuamos la peregrinación por nuestro camino de esperanza, podemos tener la plena confianza de que el Señor camina con nosotros, ligeramente adelantado para mostrarnos el sendero.
La Iglesia nos enseña que los dos obstáculos más grandes para alcanzar el éxito son la presunción y la desesperación. Pecamos de presumidos cuando nos convencemos de que no necesitamos la gracia de Cristo, que podemos alcanzar nuestras metas por cuenta propia. El pecado de la desesperación nos guía en la dirección opuesta: nos convence de que nuestros esfuerzos son en vano y que nunca llegaremos a nuestra meta, sin importar lo que suceda.
Cristo nos asegura que si lo seguimos y caminamos en su luz, no caeremos en la falsa esperanza de la presunción ni en la oscuridad de la desesperación.
Que siempre sigamos Su camino. †