Buscando la
Cara del Señor
La década pasada trajo muchas bendiciones a la arquidiócesis
Piarece difícil creer que ya estamos en el décimo año del tercer milenio cristiano. En estos 10 años han ocurrido muchas cosas. Algunos creían que ocurriría algo catastrófico en la transición al siglo XX. En realidad sucedió en 2001. ¿Quién puede olvidar el 11 de septiembre?
Las guerras y la violencia continúan. La palabra terrorismo ha pasado a formar parte de nuestro vocabulario. La pobreza persiste. La depresión económica reciente ha tenido un efecto aleccionador, como si fuera algo cíclico. El querido papa Juan Pablo II se marchó a la Casa del Padre. El Papa Benedicto XVI continúa pastoreando la Iglesia de una forma serena y alegre, pese a sus 80 años. Sus encíclicas han ejercido un impacto en nuestra cultura de violencia y materialismo. Seguimos enfrentando el desafío de restablecer una civilización que respete la dignidad de la vida humana.
La celebración del aniversario número 175 de nuestra arquidiócesis culmina en junio. Como el tema recurrente para entregarnos a nuestra misión pastoral, hago énfasis en el recordatorio que ofrece el Papa Benedicto en su carta “Dios es amor,” de que la naturaleza de la Iglesia se expresa fundamentalmente en una triple tarea: proclamar la Palabra de Dios, celebrar los Sacramentos y el servicio de la caridad. El Santo Padre dice que estas tres tareas son inseparables y nosotros intentamos preservar dicha postura. Es así como vivimos nuestra misión, “Cristo, nuestra esperanza: compasión en nuestras congregaciones.”
Existen señales que nos indican que cada vez más miembros de nuestra Iglesia local están aceptando la tarea de evangelizar y proclamar la Palabra de Dios. Una de las señales de alentadora esperanza en nuestra Iglesia local es el creciente número de candidatos al sacerdocio.
Una de las bendiciones de la primera década del nuevo milenio ha sido la fundación del seminario universitario Bishop Simon Bruté College Seminary. Además, hemos tenido la buena fortuna de trasladarnos a nuestras propias instalaciones adquiridas de las Hermanas del Monasterio Carmelita, muy cerca de la universidad Marian University en Indianápolis.
Este es nuestro quinto año de funcionamiento y el seminario inició el año lectivo al máximo de su capacidad. Recientemente hemos construido más salas dentro del edificio del seminario. A nuestros 15 seminaristas universitarios se unen seminaristas de las diócesis de Evansville, Lexington y de las arquidiócesis de Louisville y Cincinnati.
Casi el 100 por ciento de nuestros egresados de los últimos cuatro años han proseguido sus estudios en el seminario mayor, que corresponden a los últimos cuatro años de preparación para el sacerdocio. Me contentaba con apenas un 50 por ciento. Dios nos ha bendecido. Tenemos 13 seminaristas en el seminario mayor.
La presencia de nuestro propio seminario universitario ha reavivado la cultura de la vocación a nivel de secundaria. El Seminario del Obispo Bruté patrocina programas de concienciación para posibles candidatos. Los invito a todos a que estén atentos a estas oportunidades. Los compañeros de nuestros seminaristas están muy conscientes de que irán al seminario. Sabemos que esto ha impulsado sutilmente a otros a pensar acerca de las vocaciones religiosas. Hace dos o tres años, algunos estudiantes de la secundaria Bishop Chatard High School formaron una asociación para la concienciación vocacional, llamada SERV (siglas en inglés correspondientes a Estudiantes en Pro de las Vocaciones Religiosas).
Del programa Called by Name (Llamado por su nombre) que muchas parroquias auspiciaron el enero pasado, surgieron unos doscientos nombres de jóvenes hombres y mujeres que se consideraron como posibles candidatos para la vida religiosa. Durante la primavera pasada patrocinamos cenas en toda la arquidiócesis para los nominados. Hubo una buena asistencia y pudimos proporcionar información y responder preguntas en relación a la vida religiosa y al sacerdocio.
La mayoría de los nominados se sentían halagados cuando los sorprendía la recomendación de sus parroquianos.
Otra bendición para nuestra arquidiócesis en años recientes es la introducción del diaconato permanente. Mediante su ordenación, nuestros diáconos permanentes están específicamente autorizados para proclamar la Palabra de Dios, las enseñanzas de Jesús, y para brindar asistencia durante la Eucaristía. El carisma particular del diaconato es la participación activa en el ministerio de la caridad de la Iglesia.
Recibimos con los brazos abiertos a nuestros diáconos. Una nueva clase de candidatos al diaconato se encuentra en proceso de educación y formación espiritual y pastoral. Para algunos, la novedad de este ministerio resultaba confusa: los diáconos no están destinados a ser sacerdotes sustitutos. El ministerio de la caridad es una bendición para nuestra Iglesia local.
El ministerio sacerdotal y diaconal no extingue la necesidad de la arquidiócesis de la participación activa en los ministerios de nuestra misión compartida. Una de las bendiciones de la pasada década ha sido la inauguración de un programa para la educación y formación de ministros laicos para la arquidiócesis. En ocasiones, a los seglares les preocupa que el incremento de las vocaciones sacerdotales y diaconales limiten sus oportunidades para servir a la Iglesia. Nada más lejos de llegar a ser siquiera una posibilidad.
Todos juntos debemos rezar por las vocaciones religiosas, especialmente por el sacerdocio. Sin nuestros sacerdotes no existiría la Eucaristía. Sin la Eucaristía no existiría la Iglesia. †