Buscando la
Cara del Señor
El llamado a ser sacerdotes proviene de Jesucristo
Esta semana deseo citar algunos de los escritos del papa Benedicto XVI relacionados con el Año sacerdotal y, en efecto, convertirlos en mi propia voz.
En su carta inaugural a los sacerdotes el Santo Padre derivó su disertación de una expresión que repetía con frecuencia el Cura de Ars, san Juan María Vianney a quien declaró el patrón universal de los sacerdotes. “El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús.”
El Papa escribió: “Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma.
“Tengo presente a todos los presbíteros que con humildad repiten cada día las palabras y los gestos de Cristo a los fieles cristianos y al mundo entero, identificándose con sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo de vida.
“¿Cómo no destacar sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y oculto, su caridad que no excluye a nadie? Y ¿qué decir de la fidelidad entusiasta de tantos sacerdotes que, a pesar de las dificultades e incomprensiones, perseveran en su vocación de ‘amigos de Cristo,’ llamados personalmente, elegidos y enviados por Él?”
Asimismo, el Santo Padre escribió: “Pero la expresión utilizada por el Santo Cura de Ars evoca también la herida abierta en el Corazón de Cristo y la corona de espinas que lo circunda. Y así, pienso en las numerosas situaciones de sufrimiento que aquejan a muchos sacerdotes, porque participan de la experiencia humana del dolor en sus múltiples manifestaciones o por las incomprensiones de los destinatarios mismos de su ministerio: ¿Cómo no recordar tantos sacerdotes ofendidos en su dignidad, obstaculizados en su misión, a veces incluso perseguidos hasta ofrecer el supremo testimonio de la sangre?”
Lamentablemente, el papa Benedicto también reconoce que la propia Iglesia sufre a consecuencia de la infidelidad de algunos de sus ministros. Subraya que, en tales circunstancias, resulta importante no tanto reconocer con franqueza la debilidad de sus ministros, sino además “renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de Pastores generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas, directores espirituales clarividentes y pacientes.”
Una vez más, cita al Cura de Ars hablando a sus fieles: “Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote.” El papa Benedicto reconoce la expresión dramática de san Juan Vianney, pero el mensaje es verdadero.
Evoco estos pensamientos plasmados por el Papa en su carta a los sacerdotes mientras me preparo para ordenar a uno de nuestros seminaristas, Dustin Boehm, y a un compañero de clases del seminario de St. Meinrad para el diaconato el sábado de Pascua.
Serán diáconos en transición durante algún tiempo pero, con su ordenación al diaconato Dustin y su compañero de clases de la arquidiócesis de Dubuque realizarán su compromiso permanente para su ministerio posterior como sacerdotes. Es el primero de los escalafones del Orden. Debemos rezar con agradecimiento por estos dos candidatos y por todos nuestros seminaristas que se preparan con diligencia y fervor para una vida en el maravilloso ministerio del sacerdocio.
Los seminaristas no se toman a la ligera su compromiso de aceptar el llamado al sacerdocio. A medida que se acercan a la ordenación al diaconato y formulan su compromiso de permanecer célibes y castos de por vida en un mundo que poco entiende acerca de su generosa motivación, han dedicado profundas reflexiones y muchas oraciones a su llamado. Y una ardua labor. Pasan años en la formación sacerdotal que toma en cuenta su necesidad de desarrollo humano, así como también su desarrollo intelectual, pastoral y espiritual. La sabiduría del tiempo nos enseña que la gracia se erige sobre la naturaleza. La gracia del Orden se erige sobre el carácter humano y sobre los talentos particulares de la persona que se presenta a la ordenación.
El llamado a ser sacerdotes proviene de Jesucristo a través del llamado de la Iglesia que se expresa en la persona del obispo. Emitir ese llamado en el nombre de Cristo es una de las responsabilidades más serias de un obispo. Me tomo muy a pecho esa parte de mi ministerio y paso mucho tiempo conociendo a nuestros seminaristas.
Recen por nosotros. †