Buscando la
Cara del Señor
La ‘dictadura del relativismo’ separa a Dios de la vida humana
Una de las bendiciones de mis vacaciones de verano es la oportunidad de leer libros y artículos a placer. La lectura más desafiante de este verano fue una obra del Cardenal Joseph Ratzinger, hoy en día el Papa Benedicto XVI, Verdad y Tolerancia, publicada en 2004 por Ignatius Press. En ella reflexiona sobre el problema de la verdad, la tolerancia, la religión y la cultura en nuestro mundo. A la luz de una amplia variedad de religiones en el mundo, el ahora Papa Benedicto, aborda nuestra convicción de que la salvación viene por medio de Jesucristo.
En el prefacio escribió: “Más allá de todas las interrogantes particulares, el verdadero problema yace en la cuestión de la verdad. ¿Se puede reconocer a la verdad? O, ¿es acaso la cuestión de la verdad simplemente inapropiada en el reino de la religión y las creencias? Pero, ¿qué significado tiene la verdad, qué connotación positiva puede tener la religión si no puede vinculársele a la verdad?”
He leído muchas de las numerosas obras del Cardenal Ratzinger que se han publicado en el transcurso de los años. Hay un tema recurrente en muchas de ellas y que emergió en la homilía que celebró para los cardenales electores, justo antes del Cónclave Papal, el pasado abril. Habló acerca de una “dictadura del relativismo” creciente, una de las cuestiones fundamentales que enfrenta el mundo moderno. ¿Qué quiere decir con ello? ¿Qué es el relativismo?
A rasgos generales, significa que la verdad está subordinada a una decisión democrática. La verdad la determina la opinión de la mayoría. Se hace verdad por medio del voto. Lo que se considera verdadero hoy en día estará sujeto a una votación diferente mañana. En otras palabras, no existe la verdad absoluta. También significa que la mayoría (cambiante), anula la opinión de la minoría sobre el significado de la verdad.
Las raíces predominantes del escepticismo en cuanto a nuestra habilidad para discernir una verdad absoluta, se hallan entre los filósofos de los siglos XVII y XVIII, quienes sostenían que los humanos únicamente podíamos conocer aspectos de la verdad, pero no la verdad en si misma. En la época de la Ilustración, se le daba especial énfasis a la idea de que no podía existir una relación verdadera entre la verdad y la razón, entre la fe y la ciencia. Si no existe una verdad absoluta, Dios está disociado de la vida humana. Allí encontramos las semillas del Socialismo Nacionalista (Nazismo), en Alemania y el comunismo ateo en la Rusia Soviética. Asimismo, allí encontramos las semillas del materialismo secular.
Si no existe una verdad absoluta, entonces la fe la determinan los individuos. Como expresó Benedicto XVI: “Una fe que podemos decidir por nosotros mismos no es en absoluto fe. O bien la fe y su práctica nos viene del Señor por intermedio de la Iglesia y sus servicios sacramentales, o no existe tal cosa. La razón por la cual muchas personas están abandonando la fe es debido a que les da la impresión de que la fe es algo arbitrario de los funcionarios o las instituciones, como una suerte de programa de partido; quien sea que tenga la capacidad puede decidir sobre las creencias y por lo tanto, es cuestión de apoderarse del poder dentro de la Iglesia o, por otra parte y de manera más obvia y lógica, simplemente no creer” (p. 129-130).
Un claro ejemplo del pensamiento relativista se hizo evidente en la especulación entre expertos dentro y fuera de la Iglesia Católica, antes de la elección papal del pasado abril. Una pregunta frecuente de los medios de comunicación se formuló en términos similares a los siguientes: “¿Qué cambios ocasionará en la Iglesia la elección de un nuevo papa (“liberal o conservador”)? ¿Cómo cambiarán las enseñanzas de la Iglesia?
Este tipo de preguntas implica que el Papa puede determinar o cambiar la doctrina de la Iglesia. Implica que la doctrina de la fe católica es relativa, que es maleable. Ni el Papa ni ninguna otra autoridad determinan arbitrariamente la doctrina de la Iglesia. La autoridad papal es significativa, pero no determina la verdad de la fe. ¿Defender la fe? Sí. ¿Impartir la fe? Sí. ¿Explicar la fe? Sí. ¿Aplicar la fe? Sí. ¿Cambiarla? No. (Por supuesto que existen diferencias entre cambiar la doctrina recibida de la Iglesia sobre la fe o la moral, y ciertas prácticas, como por ejemplo, la abstinencia a la carne los viernes).
Como sugiere el título del libro del Cardenal Ratzinger, Verdad y Tolerancia, se discute la posibilidad de una verdad absoluta en el contexto de las preocupaciones contemporáneas, frente a la susceptibilidad de otros quienes perciben la fe y la realidad de manera diferente a nosotros. La “dictadura del relativismo” impone una restricción a la libertad cuando la “tolerancia” cuenta más que un llamado a la verdad. Los valores del pluralismo y el inclusivismo podrían reducir el umbral de lo que se percibe como verdadero. En teoría, esto implica que la fe y su expresión se encuentran definidos por valores culturales plausibles determinados por la opinión de la mayoría.
La aseveración del Papa Benedicto de que la “dictadura del relativismo” creciente representa un serio desafío para la sociedad contemporánea y no solamente para nuestra fe católica es muy oportuna. Su voz y su capacidad para abordar este reto posiblemente sean el legado de su papado. †