Alégrense en el Señor
¿De qué forma nos llama el Espíritu Santo a evangelizar a la Iglesia joven?
Durante las próximas seis semanas planeo ofrecer algunas reflexiones sobre la interrogante que me he planteado desde que llegué a la zona del centro y el sur de Indiana, hace más de 18 meses: “¿Qué oportunidades nos brinda el Espíritu Santo en nuestra Arquidiócesis?”
Muchas personas han compartido sus ideas, esperanzas y preocupaciones conmigo, en respuesta a esta pregunta. Como resultado, he identificado seis aspectos que se me han presentado a menudo como “oportunidades” que debemos explorar mientras emprendemos este peregrinaje de fe, esperanza y amor.
La primera oportunidad con la que me he encontrado en repetidas ocasiones, al presentar mi interrogante en todas las regiones del sur y el centro de Indiana, es: “la evangelización de la Iglesia joven.” ¿De qué manera nos llama el Espíritu Santo a ser más entusiastas y eficaces en nuestros esfuerzos para atraer a los jóvenes hacia la misión y los ministerios de la Iglesia?
Existe una enorme competencia por captar el tiempo y la atención de los jóvenes y a menudo pareciera que nosotros, los adultos católicos, no tuviéramos ni idea de cómo compartir nuestra fe con las generaciones más jóvenes, en formas que fomenten en ellos el deseo de unirse a nosotros en la obra que el Señor nos ha confiado: “Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mt 28:19-20).
¿Qué podemos hacer para abrir la puerta a lo que el papa Francisco llama “discipulado misionero” para nuestros hermanos y hermanas más jóvenes, que no solamente son la Iglesia del futuro sino que, en verdad y en la práctica, son la Iglesia de hoy? ¿De qué manera nosotros los adultos podemos ser al mismo tiempo modelos y mentores para los miembros de la Iglesia joven? Todavía más importante, ¿cómo podemos animar y permitir que los jóvenes nos animen y nos den testimonio?
Pienso que debemos comenzar por reconocer la enorme vitalidad y santidad que existe en la Iglesia joven de nuestra arquidiócesis. He tenido el privilegio de reunirme con muchos jóvenes que participan en ministerios en sus parroquias, secundarias y recintos universitarios. También me he encontrado con jóvenes adultos que participan activamente en la vida de la Iglesia y que buscan nuevas oportunidades para crecer en su fe y servir a otros. Debemos celebrar la fe de esta dinámica Iglesia joven y, al mismo tiempo, buscar oportunidades para fortalecerla y hacerla crecer.
Así que, comenzando desde una perspectiva de fortaleza y esperanza, ¿qué nos llama a hacer el Espíritu Santo? Me gustaría ofrecer algunas ideas generales, plenamente consciente de que las implicaciones específicas y prácticas de estas sugerencias tendrán que abordarse con mucho más detalle en nuestra planificación pastoral a todo nivel.
Primero, creo que el Espíritu Santo nos presenta el desafío de hacer que la evangelización de nuestros jóvenes y jóvenes adultos se convierta en una verdadera prioridad. Esto conlleva implicaciones de recursos para todos nosotros.
Nos desafía a invertir el tiempo, los esfuerzos y el dinero necesarios para acercarnos a los jóvenes, hablar con ellos en su propio idioma y diversidad cultural, darles la bienvenida a la vida y a los ministerios de nuestra Iglesia, e identificar los lugares donde se reúnen, como por ejemplo, en sus trabajos, en los centros comerciales, gimnasios, recintos universitarios, campos atléticos y asociaciones cívicas, y hallar las formas adecuadas para estar presentes en estos lugares de reunión.
Segundo, tras extender la invitación, es importante cotejar las habilidades y los talentos con las necesidades de la comunidad y contar con un plan de seguimiento.
En lugar de intentar encajar las piezas de un rompecabezas donde no van, pidiendo a los jóvenes que se abran espacio en los ministerios ya existentes en las parroquias, escuelas o en la Arquidiócesis, ayudémoslos a discernir sus dones. Preguntémosles dónde y cómo les gustaría participar en el ministerio de la Iglesia. Y cerciorémonos de abrirle campo al Espíritu Santo para que guíe y dirija a los jóvenes para discernir sus dones y compartir sus talentos con los demás.
Por último, trabajemos arduamente para cerciorarnos de que nuestra liturgia, nuestros programas de formación de fe y nuestras oportunidades de servicio sean “aptas para jóvenes.” Esto no significa que todo debe estar dirigido exclusivamente a los jóvenes, sino que se prevén las necesidades y las inquietudes de la Iglesia joven y se abordan siempre que sea posible, en todo lo que haga la Iglesia como parte de su misión evangelizadora.
Si convertimos la evangelización de la Iglesia joven en una verdadera prioridad, el Espíritu Santo hará su parte mediante la renovación, la inspiración y la santificación de nuestros humildes esfuerzos para invitar e interesar a nuestros hermanos y hermanas jóvenes en la misión y en los ministerios de su Iglesia. †
Traducido por: Daniela Guanipa