Alégrense en el Señor
El Buen Pastor da la vida por sus ovejas
En una de mis columnas del tiempo de la Cuaresma reflexioné sobre el tema de “el olor a oveja y la voz del pastor.”
Mis reflexiones se basaban en la declaración bastante sorprendente del papa Francisco de que los discípulos de Jesucristo que estén verdaderamente comprometidos con la obra misionera (tanto en su localidad como en el extranjero) deben adquirir “el olor a oveja.” También recordé a un compañero del seminario quien, basándose en su propia experiencia con animales de granja, protestó al comparársenos con ovejas porque, según afirmó: “Las ovejas son los animales más estúpidos de la granja; son tímidas y apestan.”
En aquella columna de la Cuaresma, rememoré que mis profesores del seminario respondían a la objeción de mi amigo de compararnos con las ovejas, señalando que el uso repetitivo de esta imagen por parte de Jesús resaltaba cómo los pastores de aquellos tiempos cuidaban a sus rebaños. Su instrumento más importante era la calidad de sus voces. En el Medio Oriente, incluso hoy en día, cuando los pastores dejan que sus rebaños se mezclen, lo único que tiene que hacer uno de ellos es comenzar a cantar. Tal como nos lo dice Jesús, las ovejas conocen la voz de su pastor y acudirán a él.
El Evangelio del cuarto domingo de Pascua, también llamado el Domingo del buen pastor, nos ofrece una imagen igualmente sorprendente: El buen pastor da la vida por sus ovejas (Jn 10: 11-18). En vez de abandonar a su rebaño cuando llegan los lobos, tal como lo haría un cuidador contratado que no es verdaderamente un pastor y a quien no le pertenecen esas ovejas, el buen pastor sacrifica su propia vida por el bien de sus ovejas.
El buen pastor da la vida por sus ovejas. Esto lo hemos escuchado tantas veces a lo largo de los años que se ha convertido ya en un dicho conocido. Pero reflexionemos por un momento: ¿Quién sería tan tonto como para entregar su propia vida por “los animales más estúpidos de la granja”? Ciertamente uno no ganaría nada al sacrificar la propia vida por un montón de ovejas, aunque uno fuera el pastor y el rebaño le perteneciera. ¡Mejor dejar que el lobo devore a las ovejas y salvar el cuello!
Pero Jesús nos dice que esto no es así. “Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él, y doy mi vida por las ovejas” (Jn 10:14-15). El vínculo que existe entre el buen pastor (Jesús) y el rebaño que él llama suyo (nosotros) es tan íntimo, tan estrecho, que libremente entrega su vida por nosotros. “Nadie me la arrebata—asevera Jesús—sino que yo la entrego por mi propia voluntad” (Jn 10:18).
¿Cómo debemos interpretar esta sorprendente paradoja? El papa Francisco llama nuestra atención hacia las profundidades de la misericordia de Dios; el Padre entrega a su Hijo único hijo para salvarnos a nosotros, las ovejas perdidas, y devolvernos al rebaño, a la unidad que solo se puede hallar en el amor que Dios nos profesa. El Hijo, por su parte, acepta voluntariamente entregar su vida por sus ovejas. “Tengo autoridad para entregarla—dice Jesús refiriéndose a su propia vida—y tengo también autoridad para volver a recibirla. Éste es el mandamiento que recibí de mi Padre” (Jn 10:18).
Esta paradoja solamente tiene sentido en el contexto de la alegría pascual. El buen pastor da la vida por sus ovejas y luego vuelve a recibirla. La resurrección viene tras la dolorosa humillación y la muerte en la cruz. Al dolor inimaginable le sigue la alegría inmensurable.
El buen pastor da la vida por sus ovejas. Tomémosle el peso a este dicho, ya que encierra muchas verdades. Lo que el pastor entrega voluntariamente es algo valioso e irremplazable. Por nuestro bienestar, Dios abandona la seguridad y la comodidad de su divinidad y se convierte en uno de nosotros, una de sus ovejas. Nos saca de la oscuridad del pecado y de la muerte al adoptar forma humana y luego entregar su vida.
El resultado es nuestra libertad y nuestra alegría. Puesto que nuestro buen pastor nos amó y entregó la vida por nosotros, ahora lo conocemos “así como el Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él.” En la voz de Jesús, el Buen Pastor, reconocemos la voz de Dios. Él nos conoce y nosotros lo conocemos a él, íntimamente.
A medida que continuamos celebrando este tiempo de júbilo de la Pascua, cerciorémonos de agradecerle a Dios por la paradoja de su amor misericordioso. Y pidámosle a nuestro Señor que nos inspire adquirir “el olor a oveja” para que podamos seguir su ejemplo de amor abnegado.
El buen pastor da la vida por sus ovejas. †
Traducido por: Daniela Guanipa