Cristo, la piedra angular
Al igual que la samaritana, Jesús nos ofrece el obsequio del agua viva
“La samaritana le respondió: ‘¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?’ Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: ‘Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber,” tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva” (Jn 4:9-10).
Para el tercer domingo de Cuaresma la Iglesia nos da la opción de tomar las lecturas del año A o del C. Algunas parroquias toman las lecturas del año A del ciclo de tres años de las lecturas de la misa dominical en el tercer, cuarto y quinto domingo de Cuaresma, por los rituales llamados “escrutinios” que se celebran en esos días para recibir a la gente en la Iglesia en la vigilia pascual. Estos rituales guardan relación con las lecturas de las Escrituras del año A.
La lectura del Evangelio del tercer domingo de Cuaresma del año A (Jn 4:5-42) narra la historia del encuentro de Jesús con una samaritana que fue a sacar agua del pozo de Jacobo. El relato es extraordinario por varios motivos.
Primero, porque Jesús rompe con varios tabús religiosos y culturales al entablar una conversación con una mujer de Samaria. Tal como le dice la propia mujer “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Jn 4:9). Y Juan agrega la aclaratoria: “Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos” (Jn 4:9).
Segundo, Jesús comparte con una completa extraña una parte muy íntima de su identidad y misión. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber,’ tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva ” (Jn 4:10).
San Juan nos dice que al principio la samaritana tomó sus palabras en sentido literal: “Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?” (Jn 4:11-12).
“Jesús le respondió: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Jn 4:13-14).
La respuesta de la mujer no se hace esperar. “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla” (Jn 4:15).
Entonces Jesús se enfrasca en una conversación franca con la mujer acerca de su situación marital. Tal como nos dice san Juan, Jesús le dijo a la mujer: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí” (Jn 4:16). A lo que la mujer le contesta: “No tengo marido” (Jn 4:17). Y Jesús le dice: “Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad” (Jn 4:17-18). La mujer le dice entonces: “Señor, veo que eres un profeta” (Jn 4:19).
Por último, Jesús le revela a esta extraña la verdad sobre su identidad: La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo” (Jn 4:25). Y en esto, Jesús le dice: “Soy yo, el que habla contigo” (Jn 4:26).
En ese momento, los discípulos de Jesús regresaron y se asombraron de que estuviera hablando con una mujer, pero no se atrevieron a cuestionarlo. En vez de ello, sencillamente le ofrecieron algo de comer y él declinó el ofrecimiento diciendo: “Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra” (Jn 4:34).
La lectura del Evangelio concluye con el relato de san Juan de que muchos samaritanos del pueblo comenzaron a creer en Jesús por la mujer que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice” (Jn 4:39). El relato del Evangelio prosigue: Cuando los samaritanos se le acercaron, lo invitaron a que se quedara con ellos y así lo hizo por dos días. Muchos más comenzaron a creer en él debido a su palabra y le dijeron a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4:42).
El obsequio del agua viva que Jesús le ofreció a la samaritana es lo que cada uno de nosotros recibió en el bautismo. Este obsequio nos ha transformado de personas desvinculadas de Dios y de nuestro prójimo, para convertirnos en hermanos de una misma familia de Dios. Ya nadie nos resulta extraño; nadie es ajeno al amor y la misericordia de Dios.
Tal como el papa Francisco nos recuerda, el cristianismo no debe reducirse a un conjunto de reglas y normas. En esencia, el cristianismo es acerca del encuentro personal con Jesucristo que nos libera de la esclavitud del pecado y la muerte y nos une con Dios y con el prójimo.
Oremos para que el Evangelio de este domingo nos inspire a abrir nuestras mentes y corazones a Jesús, a pedir su perdón y a compartir la Buena Nueva con todo el que encontremos: “Nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4:42). †