Cristo, la piedra angular
El Señor asciende al cielo pero permanece cerca de nosotros
“ ‘Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios” [Lc 24:52-53].’ El Señor asciende y luego vuelve con nosotros con una cercanía incluso mucho más profunda a través del regalo de su entrega en la Palabra y en el sacramento” (Cardenal Joseph W. Tobin).
Cuarenta días después de su resurrección de entre los muertos, Jesús regresa con su Padre. Tras establecer firmemente su victoria sobre el poder de la muerte mediante numerosas apariciones a sus fieles amigos y discípulos, el Señor los bendijo, se alejó de ellos y ascendió al cielo (Lc 24:51).
La Ascensión del Señor que celebramos el domingo 2 de junio es un gran misterio. De hecho, es una de las paradojas más sublimes de nuestra fe católica.
Por un lado, en esta fecha recordamos el triste hecho de que Jesús ya no se encuentra entre nosotros. Tras haber resucitado de entre los muertos tuvo que asumir el lugar que le corresponde legítimamente en el cielo, a la derecha de su Padre. La ausencia del Señor en el mundo que conocemos debería ser una fuente de gran tristeza, pero san Lucas nos dice que luego de presenciar el ascenso, los discípulos “volvieron a Jerusalén con gran alegría” (Lc 24:52).
¿Cómo esto posible? ¿Cómo la partida del Señor puede ser una ocasión de inmensa tristeza pero también de profundo júbilo? La respuesta está en el Espíritu Santo.
En Hechos de los Apóstoles leemos el maravilloso relato de la ascensión:
“Los que estaban reunidos le preguntaron: ‘Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?’ Él les respondió: ‘No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra.’ Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir” (Hc 1:6-11).
Jesús regresa con el Padre para que sus discípulos puedan recibir el don del Espíritu Santo. Los deja (al igual que a nosotros) pero promete que volverá. Los discípulos no saben cuándo ni cómo, y era una tontería que siguieran “mirando al cielo” (Hc 1:11) o, como lo expresaría el papa Francisco, que permanecieran sentados en la comodidad de sus sillones por despreocupación, indiferencia o temor. La única respuesta auténtica ante el ascenso del Señor al cielo es recibir el Espíritu Santo, alegrarse y dar testimonio “hasta los confines de la tierra” (Hc 1:8).
Esta conmemoración es una ocasión triste y alegre, pero por encima de todo, es un recordatorio vívido de que quienes deseamos seguir a Jesucristo no podemos permanecer de pie absortos mirando hacia el cielo. Debemos evangelizar, dar testimonio de la presencia y el poder del Señor resucitado que aparenta estar lejos de nosotros, sentado a la derecha de Dios en el cielo, pero que en verdad está más cerca de nosotros que nosotros mismos. Por el poder del Espíritu Santo y a través de la maravillosa gracia de su entrega en la palabra y en el sacramento, Jesús permanece con nosotros, tal como lo señala el cardenal Tobin: “con una cercanía incluso mucho más profunda.”
De todas las sagradas paradojas de nuestra fe, esta resulta particularmente poderosa, especialmente hoy. En esta época cada vez más secularizada en la que la “ausencia de Dios” es cada vez más palpable en nuestros hogares, en nuestra sociedad e incluso en nuestras iglesias, en verdad es una buena nueva descubrir que “[e]ste Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir” (Hc 1:11), es decir, de hecho, aquí mismo con nosotros, y con una cercanía incluso más profunda.
Oro para que la conmemoración de la Ascensión del Señor este año nos acerque más a Jesús y a todos nuestros hermanos en la familia de Dios.
Que abramos nuestros corazones al don del Espíritu Santo y que encontremos un verdadero sentido de hermandad y alegría en la convicción de que Jesucristo, quien se marchó 40 días después de su resurrección, paradójicamente se encuentra ahora con nosotros y planificando su regreso. †