Cristo, la piedra angular
Los ojos de la fe son capaces de curar cualquier ceguera
“Y Jesús dijo: ‘Yo vine a este mundo para juicio; para que los que no ven, vean, y para que los que ven se vuelvan ciegos’ ” (Jn 9:39).
La lectura del Evangelio del cuarto domingo de Cuaresma (Jn 9:1-41) nos ofrece una reflexión sustancial sobre las distintas formas de ceguera. Primero está la ceguera física del “hombre ciego de nacimiento” (Jn 9:1). La segunda forma de ceguera que mencionan en este relato del Evangelio es la psicológica. Se trata del rechazo a creer lo que hemos visto con nuestros propios ojos. La tercera forma de ceguera es la espiritual, la incapacidad para reconocer la gracia de Dios en nuestras vidas.
Los discípulos buscan una explicación para la ceguera del hombre; desean saber si el pecado de sus padres fue la causa. Jesús desecha la idea de que la incapacidad física es una consecuencia del pecado. “Ni este pecó, ni sus padres” (Jn 9:3), dice. Está ciego “para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Jn 9:3). Los caminos de Dios son distintos de los nuestros. El padecimiento del hombre representa una oportunidad para revelar el poder sanador de Dios. “Debemos hacer las obras del que me envió mientras es de día,” dice Jesús. “La noche viene cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, Yo soy la Luz del mundo” (Jn 9:4-5).
La luz de Cristo ilumina nuestra ceguera, pero lamentablemente los vecinos del hombre no pueden aceptar esto y niegan que el hombre al cual Jesús curó es el mismo ciego al que veían mendigar.
“¿No es este el que se sentaba y mendigaba?” (Jn 9:8). Algunos dijeron “Él es,” en tanto que otros afirmaron: “No, pero se parece a él.” A lo que él dijo: “Yo soy” (Jn 9:9). Entonces le dijeron: “¿Cómo te fueron abiertos los ojos?” (Jn 9:10). “Él respondió: “El hombre que se llama Jesús hizo barro, lo untó sobre mis ojos y me dijo: ‘Ve al estanque de Siloé y lávate.’ Así que fui, me lavé y recibí la vista” (Jn 9:11).
Los vecinos incrédulos llevan al hombre ante los fariseos. Estos líderes religiosos demuestran el tercer tipo de ceguera: la espiritual, que les impide confiar en la presencia y el poder sanador de Dios. “Por eso los fariseos volvieron también a preguntarle cómo había recibido la vista. Y él les dijo: ‘Me puso barro sobre los ojos, y me lavé y veo’ (Jn 9:15). “Por eso algunos de los fariseos decían: ‘Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el día de reposo.’ Pero otros decían: ‘¿Cómo puede un hombre pecador hacer tales señales?’ Y había división entre ellos” (Jn 9:16).
La ceguera espiritual nos divide del prójimo y de Dios. A pesar de que los fariseos llaman a los padres del hombre y estos aseguran que efectivamente su hijo nació ciego, no son capaces de ver más allá del hecho de que Jesús «no guarda el día de reposo».
Así que llamaron por segunda vez al hombre que estaba ciego y le dijeron: “Da gloria a Dios; nosotros sabemos que este hombre es un pecador” (Jn 9:24). “Entonces él les contestó: ‘Si es pecador, no lo sé; una cosa sé: que yo era ciego y ahora veo.’ Ellos volvieron a preguntarle: ‘¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?’ ” (Jn 9:25-26).
Él les contestó: “Ya les dije y no escucharon; ¿por qué quieren oírlo otra vez? ¿Es que también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?” Entonces lo insultaron, y le dijeron: “Tú eres discípulo de ese hombre; pero nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés, pero en cuanto a Este, no sabemos de dónde es” (Jn 9:27-29).
El hombre que Jesús curó ahora ve claramente, en todos los sentidos; tiene visión física, pero también ve más allá de la negación psicológica y la hipocresía religiosa:
El hombre les respondió: “Pues en esto hay algo asombroso, que ustedes no sepan de dónde es, y sin embargo, a mí me abrió los ojos. Sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguien teme a Dios y hace Su voluntad, a este oye. Desde el principio jamás se ha oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si Este no viniera de Dios, no podría hacer nada” (Jn 9:30-33).
Si Jesús no fuera Dios, no tendría ningún poder. Ser capaces de ver esta verdad es lo que nos libera de las tinieblas y nos lleva a la luz.
Al curar al hombre que nació ciego, Jesús desafía a sus discípulos, a los vecinos del ciego, a los fariseos y a todos nosotros, a ver con los ojos de la fe.
Oremos por la gracia de ver y creer en aquello que solo la luz de Cristo puede revelar. †