Cristo, la piedra angular
El reto de retribuirle a Dios en el amor
“Les aseguro que esta viuda pobre ha echado en el tesoro más que todos los demás. Estos dieron de lo que les sobraba; pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento” (Mc 12:43-44).
La lectura del Evangelio del trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario (Mc 12:38-44) cuenta la conocida historia también llamada popularmente “la ofrenda de la viuda.” San Marcos nos dice que Jesús “se sentó frente al lugar donde se depositaban las ofrendas, y estuvo observando cómo la gente echaba sus monedas en las alcancías” (Mc 12:41). Mientras Jesús observaba a la gente aportar dinero, se fijó en que “muchos ricos echaban grandes cantidades. Pero una viuda pobre llegó y echó dos moneditas de muy poco valor” (Mc 12:41-42).
Las “dos moneditas de muy poco valor” que san Marcos menciona han sido identificadas como óbolos de bronce (lepta en griego) que juntos valen un cuadrante (o quadrans), la moneda romana de más baja denominación. Un óbolo, o lepton era la moneda más pequeña y de menor valor que circulaba en Judea en la época de Jesús, con un valor equivalente a unos seis minutos de un salario promedio diario. Ciertamente no se trata de una aportación económica importante, pero, como dice Jesús a sus discípulos, la ofrenda de la viuda vale mucho más que las grandes sumas aportadas por los ricos.
Jesús no desprecia los grandes regalos de los donantes ricos, pero sí alaba el sacrificio de la viuda con dos pequeñas monedas. ¿Por qué? Porque “ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento” (Mc 12:44). La viuda hizo un regalo sustancial y sacrificado, ya que después de aportar sus dos moneditas, no le quedaba nada. Los donantes acaudalados hacían importantes donaciones que, presumiblemente, marcarían la diferencia en el funcionamiento del Templo. Sin embargo, sus dones provienen del excedente, no de la sustancia. En efecto, dan lo que les sobra después de satisfacer todas sus otras necesidades.
¿Quién es ejemplo de corresponsabilidad aquí? ¿Los ricos que tienen mucho para dar y comparten su riqueza generosamente? ¿O la pobre mujer cuyas moneditas no tienen prácticamente ningún valor? La respuesta es obvia, pero las razones que la respaldan no siempre están tan claras. Al fin y al cabo, la corresponsabilidad no es una cuestión de dinero sino de dar desde el corazón.
Cuando el Señor alaba a la viuda por dar “todo lo que tenía, todo su sustento” (Mc 12:44), se trata de un comentario acerca de su disposición, o actitud fundamental, ante la vida. San Marcos no nos da ninguna información sobre la situación de esta pobre viuda. Podemos asumir que vive con una mano adelante y otra atrás. Es probable que haya experimentado muchas dificultades, decepciones y soledad, pero no está amargada ni enojada. Da libremente de lo poco que tiene sin quejarse ni contenerse. Es generosa, como lo es Dios, y da desde una superabundancia de amor.
Tampoco sabemos nada de los donantes ricos. Si se parecen a las personas que dan generosamente para apoyar el trabajo de la Iglesia aquí en el centro y el sur de Indiana, podemos asumir que son personas buenas, honestas y caritativas que quieren compartir lo que tienen con los demás. Con toda seguridad, estas personas ricas que aportan grandes sumas a las arcas son también buenos corresponsables que retribuyen a Dios como agradecimiento a sus muchas bendiciones.
Entonces ¿cuál es la moraleja de la historia? Podríamos decir que el Señor recuerda a sus discípulos (a todos nosotros) que la cantidad que damos es mucho menos importante que su impacto en la forma en que vivimos. Si damos lo que nos sobra, esto no cambia mucho nuestro estilo de vida ni nuestra actitud hacia las personas a las que ayudamos con nuestra caridad. Por otro lado, si damos de la sustancia (de nuestro sustento), tenemos que hacer sacrificios, y eso siempre requiere un cambio en nuestra forma de pensar y en nuestra actitud.
La corresponsabilidad tiene que ver con la forma de dar mucho más que con la cantidad que damos. Esto no implica que debamos dar con reserva, es decir, dar una monedita en lugar de dos, sino al contrario: significa que, independientemente de nuestra riqueza (o de la falta de ella), tenemos el reto de ser administradores responsables, agradecidos, generosos y dispuestos a retribuir al Señor con creces.
Hay un viejo proverbio egipcio que dice: “Mientras tu corazón esté lleno de amor, siempre tendrás algo que dar.” Jesús alaba la generosidad de la viuda por la profundidad de su amor. Se la reconoce como una corresponsable generosa porque sus dones sacrificados provienen de un corazón rebosante de amor.
Sigamos su ejemplo, dando de lo esencial más que de lo que nos sobra. Pidamos la gracia de llenar nuestros corazones de amor y, así, acoger la corresponsabilidad como una forma de vida mucho más valiosa que el dinero. †