Cristo, la piedra angular
Ya adentrados en la Cuaresma, centrémonos en amar a Dios y al prójimo
“Todos también comieron el mismo alimento espiritual y tomaron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los acompañaba, y la roca era Cristo” (1 Cor 10:3-4).
Con la liturgia de este domingo (el tercero de la Cuaresma), nos encontramos casi a la mitad de nuestro recorrido cuaresmal de seis semanas. Tal vez sea el momento adecuado para preguntarnos si estamos cumpliendo con las prácticas cuaresmales de oración, ayuno y donación generosa. Si hacemos rápidamente un examen de conciencia ahora, todavía tendremos tiempo para hacer los ajustes que sean necesarios.
En su mensaje para la Cuaresma de 2022 el Papa Francisco cita la frase de san Pablo: “Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado”
(Rom 5:5). ¿Qué estamos haciendo con los dones de amor que hemos recibido de la generosidad de Dios? ¿Los estamos cultivando, dejándolos crecer y compartiéndolos generosamente con los demás? ¿O los hemos enterrado, descuidando las oportunidades que se nos han dado para avivar las llamas de nuestro amor a Dios?
Tal y como el Papa Francisco nos recuerda: “la fe no nos ahorra las cargas de la vida, sino que nos permite afrontarlas en unión con Dios en Cristo, con la gran esperanza que no defrauda.”
La vida a veces se vuelve difícil. Podríamos sufrir una amarga decepción, sobre todo si depositamos nuestra confianza en nosotros mismos o en otras personas, en lugar de hacerlo en la bondad y la misericordia del Dios infinito y omnipotente que nos ama y, a su vez, nos invita a amarlo. La esperanza en él no defrauda sino que a través de ella experimentamos directamente la ternura y la cercanía de Dios.
Las lecturas de las Escrituras del tercer domingo de Cuaresma subrayan la cercanía de Dios con nosotros, al tiempo que nos recuerdan que Dios es el Totalmente Otro, un misterio más allá de nuestra comprensión.
La primera lectura del libro del Éxodo (Ex 3,1-8a; 13-15) contiene el poderoso relato de la aparición de Dios a Moisés en la zarza ardiente. Allí encontramos varias paradojas: En primer lugar, la zarza arde, pero no se consume. A continuación, Dios invita a Moisés a acercarse con la advertencia: “—No te acerques más—le dijo Dios—. Quítate las sandalias, porque estás pisando tierra santa” (Ex 3:5). Y finalmente, Dios revela su nombre (“Yo soy el que soy”) (Ex 3:14), pero incluso entonces sigue siendo un misterio.
De hecho, cuando Dios le dice a Moisés: “Y esto es lo que tienes que decirles a los israelitas: Yo soy me ha enviado a ustedes” (Ex 3:14), sabe que, por sí mismo, esto únicamente los confundirá. Por eso tiene que añadir: “Diles esto a los israelitas: ‘El Señor, el Dios de sus antepasados, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me ha enviado a ustedes’ ” (Ex 3:15).
En la segunda lectura del domingo (1 Cor 10, 1-6; 10-12), san Pablo nos recuerda que todos somos como los antiguos israelitas. Hemos sido bendecidos abundantemente por Dios, pero no siempre actuamos de manera coherente con ello; para permanecer fieles necesitamos la gracia de Cristo, el alimento y la bebida espiritual que nos da tan generosamente en la Eucaristía. En este sentido, san Pablo nos advierte que no demos por sentada nuestra buena suerte: “si alguien piensa que está firme, tenga cuidado de no caer” (1 Cor 10:12).
Finalmente, en la lectura del Evangelio del domingo (Lc 13:1-9), se nos muestra una vez más que nuestro Dios es misericordioso. La historia de la higuera estéril nos recuerda que, aunque Dios es un juez justo que nos pedirá cuentas por el uso que hagamos de todos los dones que nos ha dado, también está dispuesto a darnos muchas segundas oportunidades para demostrar que, al igual que la higuera, algún día daremos fruto. Dios confía en nosotros y está dispuesto a arriesgarse a que lo decepcionemos para ayudarnos a prosperar y crecer.
El tiempo de Cuaresma es un momento oportuno para disciplinar nuestras mentes, corazones y cuerpos para que podamos ser más productivos en nuestra vida espiritual y en la práctica de hacer el bien. Si nos tomamos la Cuaresma en serio, podemos llegar a conocer a Dios más íntimamente (especialmente en la persona de su Hijo, Jesús), y podremos experimentar de primera mano la tierna misericordia de nuestro Dios, que aborrece el pecado pero ama y perdona a los pecadores.
Mientras continuamos nuestro viaje cuaresmal, recemos para tener el valor de acercarnos a Dios mediante todas las herramientas que la Iglesia nos ofrece durante este tiempo santo. Hagamos un examen de conciencia y preguntémonos hasta qué punto estamos siendo fieles en nuestras oraciones, en nuestro ayuno y en nuestras generosas donaciones. Prometamos también hacer todo lo posible para ser más productivos al hacer el bien amando a Dios y a nuestro prójimo. †