Cristo, la piedra angular
Celebramos la Pasión del Señor con dolor y alegría
Este domingo marca el inicio de la semana más sagrada del año eclesiástico:
con el Domingo de Ramos comienza nuestra observancia de la Semana Santa con gran regocijo cuando Jesús entra en Jerusalén aclamado por la multitud que grita: “¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!” (Lc 19:38). Como sabemos muy bien, este ambiente de alegría durará poco, y en pocos días los gritos triunfales de bienvenida serán sustituidos por la exigencia de su muerte ignominiosa: “¡Crucifícalo!”
Este año comenzamos la Semana Santa leyendo el relato de san Lucas sobre la Pasión del Señor (Lc 22:14-23:56) que genera un contraste con el relato del Evangelio de la entrada triunfal del Señor en la ciudad santa de Jerusalén. Es un recordatorio para nosotros de que la vida cristiana no es todo dulzura y luz; también hay oscuridad y muerte, como narran los relatos de la pasión en los cuatro Evangelios con espantosos detalles. Para sentir la alegría de la Pascua, primero debemos revivir el amargo sufrimiento de Jesús y su insoportablemente dolorosa y humillante muerte en una cruz.
La Semana Santa nos invita no solamente a recordar la pasión del Señor como si se tratara de un hecho lamentable ocurrido hace 2,000 años, sino a revivir esta travesía desde el triunfo del Domingo de Ramos hasta la tragedia del Viernes Santo como la experiencia de la vida cristiana misma.
De hecho, durante este tiempo sagrado, la Iglesia nos pide que veamos—y sintamos—la verdad de que la pasión del Señor es algo que comparten millones en todo el mundo. Su sufrimiento lo comparten las víctimas de la guerra y la opresión, los hambrientos y los sintecho, nuestros hermanos y hermanas enfermos que no reciben una atención médica adecuada, todos los que están extraviados y solos, los desempleados y todos los pecadores apartados de la tierna misericordia de Dios.
La Semana Santa nos ofrece oportunidades concretas para seguir a Jesús en el viacrucis y, al mismo tiempo, para que Jesús camine junto a cada uno de nosotros y comparta su pasión con la nuestra: las innumerables pruebas y sufrimientos que experimentamos en carne propia a diario.
La finalidad de este camino en el que participamos (esta experiencia “sinodal” de acompañamiento mutuo) es, por supuesto, la resurrección de Jesús, que ha prometido compartir con nosotros.
Los cristianos celebramos la Pasión del Señor con dolor y alegría. Creemos en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro, pero sabemos que la única manera de alcanzar nuestra meta final es tomar nuestra cruz y seguir a Jesús en los momentos dolorosos de la vida en el aquí y ahora.
El cardenal John O’Connor, difunto arzobispo de Nueva York, dijo en una ocasión que la Semana Santa “no es un espectáculo escénico, no es simplemente una conmemoración de algo que ocurrió hace 2,000 años. Nuestro divino Señor está espiritual y misteriosamente presente una vez más en el poder que genera su sufrimiento.”
Estamos invitados a compartir esta presencia, este poder divino dador de vida. Por el milagro del amor abnegado de Cristo, que está presente en nosotros ahora, podemos participar realmente en la pasión, muerte y resurrección del Señor. Mediante nuestra fiel observancia de la Semana Santa nos preparamos para la alegría de la Pascua y el poder curativo de la vida en Cristo.
La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos y continúa hasta que celebramos la Vigilia Pascual el Sábado Santo. Se trata de un recorrido desde la alegría efímera de la entrada de Jesús en Jerusalén hasta la alegría eterna de su resurrección de entre los muertos y su ascensión al cielo. Esto nos recuerda que la “alegría” es el objetivo final de nuestro viaje sinodal pero no debemos atrevernos a buscar esta alegría por medios superficiales.
La verdadera alegría es fruto del dolor y la pena que se soportan, y finalmente se superan, por la fuerza del amor. Jesús nos lo enseñó con sus palabras y su ejemplo hace 2,000 años. Ahora nos invita a sentir el poder del amor de Dios al caminar junto a él en el viacrucis de esta Semana Santa.
Celebremos este año la Semana Santa, no como un vago recuerdo de acontecimientos pasados, sino como una experiencia vibrante del sufrimiento y la pasión que compartimos con Jesús y con todos nuestros hermanos y hermanas que sufren en este momento. Si unimos nuestras manos y nuestros corazones con el Señor que nos ama y da su vida por nosotros, llegaremos juntos a nuestro destino final: la alegría eterna de la Pascua.
Que tengan una feliz Semana Santa. †