El rostro de la misericordia / Daniel Conway
Dios siempre nos perdona y la alegría siempre prevalece
“[La alegría] se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo” (papa Francisco, “Evangelii Gaudium,” “La alegría del Evangelio” #6).
Dos de los temas más constantes en las enseñanzas del papa Francisco son la misericordia y la alegría. Durante la Cuaresma, la Iglesia dirige nuestra atención al perdón inagotable que proviene de Dios. En la época de la Pascua estamos llamados a compartir la experiencia de la alegría eterna, esa que resulta del encuentro con la persona de Jesucristo. Al igual que la experiencia de enamorarse, la alegría nos embarga e inunda nuestros corazones con una sensación de belleza, bondad y plenitud. La alegría es una experiencia profundamente espiritual que es muy distinta de la satisfacción física de nuestros sentidos.
La historia del hijo pródigo que leemos en el Evangelio (Lc 15:1-32) es una ilustración de la alegría verdadera. El hijo menor buscó el placer en una vida disipada, pero terminó vacío; únicamente cuando enfrentó sus pecados y buscó el perdón pudo sentir la alegría duradera. Tristemente, el hijo mayor que obedecía a su padre e hizo todo lo correcto, no conocía la alegría porque su corazón albergaba amargura y resentimiento.
“¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido!” Dice el papa Francisco: “Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar ‘setenta veces siete’ [Mt 18:22] nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!” (“Evangelii Gaudium,” #3)
El encuentro personal con Jesús que es la fuente de la alegría cristiana, resulta especialmente marcado durante la temporada de la Pascua. Luego de un período de oración, ayuno y limosna, nos hemos despojado de falsos deseos e intentos inútiles de encontrar la alegría en cosas materiales y se nos recuerda cuán bendecidos somos por un Dios que se entregó a nosotros incondicionalmente.
Según el planteamiento del papa Francisco: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque “nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor”. Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos” (#3).
Dios jamás se cansa de perdonarnos y “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc 15:7). La misericordia y la alegría van de la mano. En Jesús, quien es el rostro de la misericordia de Dios y nuestra fuente de alegría duradera, se unen estas dos experiencias.
El papa Francisco nos enseña que: “Anunciar a Cristo significa mostrar que creer en Él y seguirlo no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas. En esta línea, todas las expresiones de verdadera belleza pueden ser reconocidas como un sendero que ayuda a encontrarse con el Señor Jesús. No se trata de fomentar un relativismo estético, que pueda oscurecer el lazo inseparable entre verdad, bondad y belleza, sino de recuperar la estima de la belleza para poder llegar al corazón humano y hacer resplandecer en él la verdad y la bondad del Resucitado” (#167).
La belleza, la bondad y la verdad son aspectos intrínsecos de nuestra experiencia de la alegría auténtica. En esta época de la Pascua, sintámonos agradecidos por la misericordia que hemos recibido “setenta veces siete” y abramos nuestros corazones a un encuentro con el hijo de Dios y nuestro hermano, quien nos demuestra con absoluta certeza que cada uno de nosotros es “infinitamente amado, más allá de todo.”
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †