El rostro de la misericordia / Daniel Conway
Nuestro Señor en verdad ha resucitado. No estamos solos. ¡Corramos hacia él!
“Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado,” como se proclama en las Iglesias de Oriente: Christòs anesti! Ese “verdaderamente” nos dice que la esperanza no es una ilusión, ¡es verdad! Y que, a partir de la Pascua, el camino de la humanidad, marcado por la esperanza, avanza veloz. (Mensaje de Pascua del Papa Francisco, Urbi et Orbi, 2023).
Pensamos en la Pascua como un tiempo de regocijo, y sin duda lo es. Han transcurrido los 40 días de la Cuaresma y hemos vuelto a celebrar el Triduo Pascual que recuerda el intenso sufrimiento y la cruel muerte del Señor.
Como nos hizo notar el Papa Francisco en el mensaje de Pascua del año pasado “Urbi et Orbi,” nuestra alegría se basa en la convicción de que nuestro Señor ha resucitado de verdad. Cantamos aleluyas durante el tiempo de Pascua porque este es verdaderamente un tiempo de gran alegría.
Otra palabra para la Pascua es pasch, palabra que significa “paso.” El Papa Francisco nos dice que “en Jesús se realizó el paso decisivo de la humanidad: de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, del miedo a la confianza, de la desolación a la comunión.”
Los cristianos creemos que el camino de nuestra vida está ahora “marcado por la esperanza” y aunque haya muchas razones para estar ansiosos, temerosos o sentirnos solos, ninguna de ellas es decisiva para nosotros. “[Nuestra] esperanza no es una ilusión, ¡es verdad!” insiste el Santo Padre.
¿Por qué, entonces, sigue habiendo tanto sufrimiento? ¿Tanta pobreza, enfermedad, guerra e inhumanidad? El pecado y el mal siguen siendo fuerzas poderosas, pero confiamos en que la resurrección del Señor haya tenido la última palabra sobre el pecado y la muerte.
La Pascua no es simplemente el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino que es un pasaje continuo, una experiencia de redención que debe mantenerse viva y actual a pesar del pecado y el mal que nos rodean hoy en día.
Por eso el Papa Francisco exclama:
Que sea para cada uno de ustedes, queridos hermanos y hermanas—en particular para los enfermos y los pobres, para los ancianos y los que están atravesando momentos de prueba y dificultad—un paso de la tribulación a la consolación. No estamos solos, Jesús, el Viviente, está con nosotros para siempre. Que la Iglesia y el mundo se alegren, porque hoy nuestra esperanza ya no se estrella contra el muro de la muerte; el Señor nos ha abierto un puente hacia la vida.
Los efectos del pecado y de la muerte permanecen en nuestro mundo y cada uno de nosotros debe enfrentarse a ellos en su vida cotidiana, pero no estamos solos y el “muro de la muerte” no nos obstaculiza el paso. El Papa Francisco nos dice que Jesús “nos ha abierto un puente hacia la vida.” Es más, nuestro Señor recorre el camino junto con nosotros—al igual que nuestra Santísima Madre y todos los santos—mientras atravesamos el abismo de la muerte y la destrucción hacia el mundo mejor que Cristo conquistó mediante su resurrección.
El Santo Padre afirma que en la Pascua: “el andar se acelera y se vuelve una carrera, porque la humanidad ve la meta de su camino, el sentido de su destino, Jesucristo, y está llamada a ir de prisa hacia Él, esperanza del mundo.” Como las mujeres que descubrieron el sepulcro vacío en la mañana de Pascua, nuestros corazones se aceleran al apresurarnos a anunciar la buena nueva de nuestra salvación.
Que nosotros también nos apresuremos a avanzar en un viaje de confianza recíproca: confianza entre individuos, pueblos y naciones. Que nos permitamos experimentar el asombro ante el alegre anuncio de la Pascua, ante la luz que ilumina la oscuridad y las tinieblas en las que, con demasiada frecuencia, se ve envuelto nuestro mundo.
El Sumo Pontífice señala que a lo largo de este recorrido encontramos muchos tropiezos que hacen más arduo y fatigoso apresurarse hacia el Señor resucitado. Por ello nos insta a hacer esta sencilla oración: “¡Ayúdanos a correr hacia Ti! ¡Ayúdanos a abrir nuestros corazones!”
Cristo verdaderamente ha resucitado. Corramos hacia él, cruzando el puente que es Cristo mismo y abrámosle nuestras mentes y corazones. “Hermanos, hermanas, encontremos también nosotros el gusto del camino, aceleremos el latido de la esperanza, saboreemos la belleza del cielo.”
El hecho de que debamos enfrentarnos a los efectos del pecado y de la muerte en nuestro mundo, y en nosotros mismos, no debe desanimarnos. Cristo está con nosotros; ha superado “el muro de la muerte” y nos ha mostrado el paso de la muerte a la vida. ¡Aleluya!
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †